CAPÍTULO XXVIII

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Bruno hizo acto de presencia esbozando una sonrisa casi maniaca, con el característico destello extraño en su ojo único. Las ratas salieron debajo de su ruana corriendo hacia el joven y dispersándose en el lugar, su porte firme definió lo que mejor sabía provocar: la intimidación.
Ahora podía confirmar en carne propia que todos los rumores que mancharon su nombre eran ciertos, era un tipo alto, delgado, espantoso y completamente fuera de sí.
Sí su aspecto ya era terrible no quería imaginarse como sería su persona.

Pose soberbia que imponía autoridad, su maldad en su máximo esplendor, ego imposible de quebrar, naturaleza dominante y salvaje. Palabras que lo definían, palabras que Camilo no podía pronunciar por el miedo que este le causaba.
Ahora que estaban frente a frente ¿Cuál era el siguiente movimiento? Porque la visión indicaba que su fin ya estaba plasmado, no podía escapar de las garras del destino al que Bruno Madrigal lo condenó.

El mayor avanzó sobre el mismo pasillo, retirando las sábanas de los espejos que con anterioridad el moreno colocó.

— ¿De qué huyes, Camilo? ¿De ti mismo? —

Con intención de protegerse, se había quedado sentado en el suelo abrazándose a sí mismo mientras que las lágrimas corrían sobre sus mejillas, sorbía por la nariz siendo incapaz de dejar de temblar. Volver a ver a su tío solamente aumentó su adrenalina, las emociones fuertes eran más agradables cuando su vida no corría peligro, era casi imposible saber que esperar de un tipo como lo era él, desquiciado y perverso.

Las sábanas caían suavemente, sus temores volvían a acorralarlo.

— ¿Eres capaz de reconocerte frente a un espejo? — Tiró de las mantas. — ¿O solo eres otra persona más? —

Camilo se desgarraba lentamente, no podía hablar sin que el llanto lo invadiera.

— ¿¡No vas a hablar!? — Y Bruno agresivamente pateó uno de los espejos haciendo un rudo estruendoso, lo había roto en miles de pedacitos que rebotaron sobre el suelo. — Tu silencio es estridente. —

Cuando el pequeño sintió que Bruno había avanzado más cerca de él, retrocedió arrastrándose por el suelo cubriéndose con sus brazos. Quedaron nuevamente en silencio, minutos dónde no hicieron movimiento alguno le bastaron a Camilo para componerse brevemente, aun así, la mirada intensa clavada sobre él lo ponía un tanto nervioso.
El de las visiones se puso serio, alertando al más joven.

— No te quiero aquí. — Murmuró finalmente.

— No es algo que puedas evitar. —

Sí Camilo no tenía autocontrol, entonces podía sacar ventaja de ello.

— N-no me gusta tu juego sucio. Estoy harto de tu farsa del crimen perfecto. — Lo enfrentó. Las miradas de odio que le lanzaban no herían en lo más mínimo a su tío, pero a él le daban valor.

— ¿Cuál farsa? Sí el siguiente en la lista eres tú. —

— P-pues entonces hazlo ¿Q-qué esperas? —

— La tortura es mi especialidad. Vive rápido y muere lento. — Rio.

— Ni creas que m-me voy a quedar d-de brazos cruzados. —

— Lo sé, eso lo hace aún más fascinante. — Y es que el ver como sus víctimas trataban de defenderse le provocaba un cosquilleo que caía en la excitación. ¿Acaso no era satisfactorio?

— Maldito enfermo. —

Camilo se levantó agarrándose de sus muebles, limpió su nariz con la manga de su camisa listo para luchar por el derecho a vivir. Aunque la profecía era clara y estaba sentenciado a la muerte, una mínima de esperanza lo impulsaba a pelear para cambiarlo, quién sabe de dónde agarró el coraje, quizá el hecho de haberse familiarizado con Bruno y darse cuenta de que sí es tal cual como lo retrataban, tal vez también por el hecho de que no lo atacó inmediatamente, o por que tanto sus emociones como pensamientos, se habían disparado en todo su ser.

Infame | Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora