CAPÍTULO XXIII

586 77 77
                                    

. . . . . . ╰╮˗ˏˋ ★ ˎˊ˗╭╯. . . . . . .

Con un beso en la frente de Mirabel, se despidió y se marchó sin más. Ella quedó en el suelo pensando sobre las cosas que le ha dicho, de verdad ¿Podría creerle?

Una vez afuera sobre los pasadizos, Bruno limpió sus labios con su lengua, estaba asqueado y eso le encantaba, su sobrina empezaría a ceder a su vil manipulación, ambos pondrían de cabeza a los Madrigal, porque los dos ya no consideraban como parte de.

El atardecer marcaba el final de un día tortuoso para todos, las últimas luces del sol se hundían detrás de las montañas y el brillo de la luna comenzaba a rodear el Encanto. La abuela se asomaba por la ventana buscando en el cielo la solución a la disolución de su amada familia.

— Ya no sé qué hacer. — Murmuró. — ¿Un criminal en los Madrigal? ¿En qué momento pasó? — Luego miró el pedacito de cristal en sus manos.

Dándose la vuelta, volvió a unir aquel pedacito en la visión así completándola. 

Las esmeraldas unidas mostraron la escena que marcó a Isabela, horripilante, malvada e inhumana, pero ¡Oh, sorpresa! el causante de todo el desbalance era nada más y nada menos que su único hijo, lo que la confundió en un principio pues su nieta aseguraba que su hermana era la homicida.

Ahora más molesta que temerosa, haría pagar a Bruno por sus acciones. Después de todo la simple ilusión si tuvo efecto en la realidad, muerte abrazarían tan pronto como se descuidaran.

Alma dejaría de llorar, de lamentarse, de pedir a Dios el perdón o ayuda, porque la justicia la haría ella por sus propias manos, a escondidas de su familia y de la gente que confiaba en ella.

— Bruno está rompiendo lo que construimos ¡No dejaré que dé más pasos! No puedo permitirlo, por nosotros, mi Pedro... — Al pronunciar su nombre, las ventanas se movieron respondiendo a su llamado. — ¿Eh? — Confundida las miró aletear.

¿Finalmente una señal?

No fue solo eso, sino que el suelo tembló levemente, los muebles se agitaron y la foto de bodas de la pareja se movilizó de un rincón hasta quedar frente a ella y caer. La abuela se sobresaltó, con cuidado trató de levantar el cuadro.

— Discúlpeme suegrita, pero... La llaman, abajo. — Félix entró de imprevisto.

— ¿Eh? ¡Ah, c-claro! Sí, sí, voy de i-inmediato. — Con su chal se cubrió dejando de lado la fotografía, antes de salir le echó un último vistazo.

Otra cosa estaba ocurriendo, lo presentía.

Félix acompañó a su suegra hasta las puertas dónde las abrió de par en par y unos hombres estaban parados ahí siendo liderados por uno más viejo.

— Señora... —

— Te puedes retirar, muchas gracias. — Le dijo a su yerno que solo asintió dócil desapareciendo del lugar. — Tan puntuales, no espero menos de ustedes. —

— Lo sabemos, empezaremos la búsqueda en cuanto antes. — Aquellos hombres traían consigo antorchas, machetes, caballos y otras cosas formando parte de un equipo casi improvisado.

— Háganlo, no esperemos a que vuelva a atacar. — Su semblante era de lo más dominante y rígido.

— Esperamos traerlo con vida... Puede que oponga resistencia y- — Fue interrumpido.

— Vivo o muerto, no me interesa, su cabeza va a rodar de todas formas. — Y es que los mismos hombres parecían inseguros sobre los mandatos de la matriarca ¿Como podría mandar a asesinar a su propio hijo?

Solo ellos sabían las atrocidades que ha hecho y aun así, no estaban del todo conformes con la sentencia.

— ¡Ya escucharon! Iremos a por él. — El jefe asintió y dio órdenes a sus hombres, con el toque de queda ahora propuesto por la mismísima Alma, el conjunto fue en busca del innombrable, nadie ni anda podría impedirlo.

Ella se marchó sin decir más, tenía un plan con aquel equipo a espaldas de todos.

Lástima que el enemigo estuviera justo ahí, durmiendo a la par.

Félix oculto detrás de las puertas ya tenía la sospecha sobre Alma, se comportaba más inusual y apenas les hablaba a sus hijas, ni siquiera podía estar para apoyarlas en su eterno dolor. Ahora ya sabía por qué tanto misterio, porque tanto silencio. Aunque había piezas que faltaban unir, su aflicción bloqueaba su mente incapaz de resolver el secreto.

Yendo a la cocina para refrescarse se encontró con Agustín que colocaba la cena en una bandeja de metal.

— ¡No creerás lo que acabo de escuchar! — Alzó la voz.

— ¿Ah sí? — Ni siquiera volteó a verlo, ocupado en lo suyo.

— La abuela Alma no pareció tan santa como creíamos. — Susurró.

— Nunca lo fue, es una persona egoísta. — Sonaba duro. — Todavía le tengo un poco de respeto ¿Sabes? No hay que condenar el Alma. — Tomando la bandeja salió de ahí sin prestarle mucha atención.

Desde la partida de su hija menor, Agustín también se vio tan decaído y sumido en la tristeza, ya no se le veía alegre o siendo torpe propenso a los accidentes, todo lo contrario, ahora él era el pilar de su pequeña familia, cargando con las penas de su esposa e hijas, mostrándose fuerte y servicial, no podría ser parte del problema, no podía expresar su sentir.

Se le veía tan acabado, cansado y demacrado, con ojeras debajo de sus ojos, todo el tiempo desarreglado y con el cabello alborotado. Ya ni siquiera salía de Casita o tocaba el piano como acostumbraba, le habían robado la sonrisa, las ganas de volver a vivir. 

Frente a la puerta de Isabela, tocó delicadamente, suspirando.

— ¿Isa? Tu cena. — Llamó.

La puerta se abrió sin nadie que lo hiciera, eran las plantas de la mayor que facilitaban sus acciones. Su padre entró buscándola con la mirada, otra vez, ausente.

— ¿Puedes bajar? —

Sin respuesta, abatido dejó la bandeja sobre una mesita donde había pétalos y flores pequeñas, tomó una guardándola en su bolsillo antes de salir, ni él ni Julieta tenían la mínima idea de que era lo que atormentaba a su hija.

— Cuando estés más... Disponible ¿Háblame sí? Sabes que estaré aquí. — Se despidió triste, otro día sin poder ver a su hija.

Cuando salió, olfateó el aroma dulce de las florecitas, era su única forma de presenciarla.

— ¡Agustín! — Su esposa lo llamó.

— ¡Ya voy! —

Dejando el pasillo a solas, Bruno pudo pasar desapercibido. Antes de entrar a su pieza, arrancó algunas flores del marco y las apreció detalladamente.

— Antes de que se marchiten. — Mencionó y entró cerrando la puerta, casita obediente bloqueó el paso con muebles y macetas. 

Infame | Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora