CAPÍTULO XXI

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— Bien. — Asintió finalmente.

Isa abrió la puerta y apresuradamente entró, estaba a oscuras con las cosas perfectamente ordenadas, no había desorden como habitualmente lo había, no había ropa esparcida por el suelo, ni una ventana abierta, ni pedacitos de estambre que iban de un lado a otro.

Las maderas rechinaban bajo sus pies, tan sombrío y triste, sin la esencia de Mirabel.

Pero dejando de lado sus patéticos sentimientos de compasión a posiblemente la criminal de su hermana, comenzó a buscar entre sus cosas, tenía que haber algún escrito, alguna arma, algo que pudiera evidenciar sus sospechas.

— ¿Estás segura de lo que dices? — Su abuela detrás veía como ella desesperadamente indagaba en la habitación.

— Piénsalo, nadie odia lo suficiente a Dolores para poder hacerle algo así. — Ahora su decaimiento se convirtió en molestia. — Nadie excepto... —

Debajo de la cama donde solía dormir, encontró su peculiar bolso, lo tomó y sacudió el leve polvo que tenía, algunas pelusas y arena.

— ¡Ajá! — Sonrió triunfante. — Aquí está. — Con ambas manos la tomaba, respiró hondo pues se sentía pesada, algo estaba escondido ahí y podría ser la pista que buscaba.

— Isabela... —

— Abuela... Las respuestas pueden estar aquí. —

Con cuidado, la abrió y miró un objeto envuelto en un pañuelo gris, su corazón se aceleró ¿El arma con el que hirió a su prima? ¿Los planes que tenía su hermana? Su mano tembló a medida que tomaba el objeto y lo sacaba del bolso.

Suspiró por última vez, ahora más convencida que la homicida se trataba nada más y nada menos de...

— ¿Qué? —

El objeto era un cristal, una visión.

Le quitó el viejo trapo y su brilló pareció cegarla, al verla su corazón dejó de latir.

— ¿Isabela? ¿Qué es? — Alma sintió la tensión que cayó en su nieta, ella se quedó inmóvil, procesando lo que yacía en sus manos.

La menor soltó jadeos, sus manos seguían temblando y con fuerza apretaba los bordes hasta llegar a fracturarlos, pequeñas grietas se formaron bajo sus dedos que iban extendiéndose. Sus dientes chocaban entre sí, la sangre se le hirvió y en su mente solo podía culpar a dos personas en la familia.

Lanzó el cristal contra la pared que se quebró estruendosamente asustando a su abuela y llamando la atención de terceros por el golpe.

Isabela salió hecha una furia de la habitación tirando una maceta que adornaba el costado de la puerta.

— ¡Isabela! — Le gritó Alma.

— ¡Qué se jodan! — Y así, completamente fuera de sí, se encerró en su habitación azotando la puerta.

Alma regresó para ver qué es lo que había puesto así a su nieta, de cuclillas recogió los pedazos de la visión y trató de unirlos, pero en un descuido estos terminaron cortándole, Luisa vino enseguida que preguntó qué había pasado.

— N-nada, no es nada. — La abuela estaba tan nerviosa que no podía unir las piezas.

— Déjame ayudarte. — Luisa le dio los cristales, pero antes de darle el último, la cara de su hermana se veía reflejada en él. — ¿Isabela...? —

— ¡Dámelo! — Se lo arrebató de golpe. — Es una confusión. —

Alma se levantó apresuradamente llevándose los cristales antes de que alguien más pudiera verlos.

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Expulsando el humo de sus labios, tomó otra calada de su pipa que estaba a punto de acabarse. Cómodamente sentado en su sofá disfrutando del fonógrafo que reproducía alguna melodía aleatoria, sumido en sus pensamientos hacía caso omiso a su oscura realidad.

Sus manos, aquellas que sostenían el tabaco, no se apartaban de su vista, las miraba todo el tiempo. Siempre creyó que en ellas sangre se derramaría, sangre inocente de almas con las que estaba enlazado.

Todo lo que podía pensar era en la muerte de su sobrina, lo peor de todo es que lo había disfrutado, es como si el peso que estaba sobre su espalda fuera disminuyendo poco a poco, así fielmente, haría todo lo posible para librarse de él.

Mientras que Bruno se hundía en su retorcida mente, Mirabel había obtenido un poco más de fuerzas siendo más consciente de su existencia.

Aún parecía perdida pero ya podía ponerse de pie y tener la capacidad de hablar, después de todo, el refugio de su tío estaba cerca de la cocina y con un poco de suerte pudo recuperar unas cuantas migajas de pan que parecieron curar tan solo un mínimo de su enfermedad.

Ahora comenzaría el interrogatorio.

— Tío Bruno... — Lo llamó.

Como lo esperaba, ni una mirada, ni una palabra.

— Y-ya me siento mejor... — Intentó por segunda vez.

Pero nada.

— ¡Háblame! Tío Bruno, por favor. — Ya no soportaba esa nula comunicación, que la ignorara era doloroso por qué era la única persona con la que tenía contacto.

Bruno se levantó cansado, fue a la mesita y dejó de lado su preciado tabaco.

— Te estoy mirando. — Le dijo de espaldas.

— No, ni siquiera me escuchas. —

— ¿Qué quieres, Mirabel? —

— Qué me digas, que es lo que pasa. — Rogó.

— ¡Aquí no pasa nada! —

— D-dime qué es lo que escondes, que es lo que planeas, enséñame las cosas que no entiendo, por favor. —

Bruno se tensó, creía que era demasiado pronto y en vista que no lo dejaría en paz, no tenía muchas opciones.

— Empújame al abismo que hay en ti. —

— ¿Qué? — Se volteó de repente.

— S-sé que estás decaído, triste, q-qué has sufrido mucho... La familia nos hiere inconscientemente, sé cómo se siente. — Trataba de empatizar con él.

Oh, pobre Mirabel, tan ingenua e incompetente, no tiene ni la mínima idea de lo que siente en realidad su tío, un cínico oportunista.

— Llevo tanto tiempo hundido aquí, esa angustia de tener seco el... corazón. — Arrastraba las palabras tan deprimente.

Mirabel se acercó y tomó sus manos mirándolo, le dolía verlo así.

— Nadie merece ser excluido de esa forma, el hecho de que te vean como un monstruo. — Se estaba victimizando.

— Yo no creo que seas alguien así... Me salvaste la vida. — Le sonrió. — Debe ser horrible, no te mereces todo esto. —

— No, pero actúan como si debiese. —

— ¿Sabes? No estás solo, una vez me dijiste que habíamos sido condenados a pagar con la misma moneda. —

Internamente sonrió, ella estaba cayendo justamente donde la quería, dejar que la ira y sed de venganza la consumieran era tal cual había planeado.

— ¿Y me equivoco? Las ovejas negras de la familia. —

— Pero siguen siendo familia... —

— Que compartamos sangre no significa nada, tu bondad es absurda. —

— ¿Qué? ¿De qué hablas? —

Bruno se rio.

— Ven, escucha. —



Infame | Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora