CAPÍTULO IX

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Continuaron juntos, se criaron juntos, nada ni nadie era capaz de separarlos.

Pero la felicidad no duraría para siempre.

Aunque los nietos se encontraban en la mejor etapa de su niñez, los problemas con el Tío Bruno iban cada vez más serios; rechazo, abandono, maltrato, las peleas y humillaciones por parte de su abuela eran el pan de cada día.

La constante tensión y miedo que provocaba Alma eran evidentes.

Entre todo ese caos una luz de esperanza pudo calmar las aguas por unos momentos; la ceremonia de la más pequeña de los Madrigal se acercaba, todos tenían que poner empeño y asegurarse de que todo estuviera en orden, aún si eso significaba fingir que eran una familia unida. Alma guardó la compostura mostrando un poco de bondad.

— El don que se te asigne será tan especial como tú, ayudarás a la comunidad y traerás honor a la familia. — Sus palabras sonaban suaves, motivando a su nieta.

El reloj marcó la hora, avisó a todos que debían estar listos.

Al salir, una gran multitud esperaba que la más pequeña obtuviera su bendición.

Ella, caminando por el pasillo se sentía nerviosa y tímida, le sudaban las manos, aun así, se mostraba muy emocionada, sería el mejor día de su vida.

Nadie se percató de la presencia de un tercer individuo espiando desde las sombras, se sentía tan feliz por su sobrina y tan orgulloso que dudó en salir de la oscuridad para poder celebrar con ella. No había sido invitado, ni por su madre ni por su hermana, un claro signo de que ya no era bienvenido a la familia.

El apellido Madrigal le quedaba grande.

Cuando Mirabel tocó la vela fue un momento mágico, la atmósfera se volvió más íntima y las personas estaban cautivadas con la escena. Mirabel posteriormente tocó el cerrojo, no sin antes limpiar sus manos sudadas, pero este no abrió.

La puerta se desvanecía lentamente hasta desaparecer en la pared, la vela parpadeó hasta casi apagarse, pasó lo contrario a lo que se esperaba.

Pepa creó una nube que comenzó a rugir y se extendió por toda la casa, los invitados se quedaron perplejos.

— ¿Abuela? — Tembló la pequeña horrorizada por qué su puerta no apareció.

— Mirabel... Qué- —

Si algo que Bruno no fue capaz de soportar fue la mirada que le dio Alma a la pobre Mirabel, una mirada como si ella tuviera la CULPA, como si ella al tocar la vela hizo algo malo.

— ¡Abuela... ¡Mi p-puerta! — Las lágrimas se formaron en sus ojos.

Alma no supo qué decir o hacer, estaba impactada ¿Había sido la duda que se sembró en ella? frunció el ceño llevándose la vela que parecía querer apagarse, la protegió con sus manos rogando que la flama se volviera más grande.

Le dio la espalda, más preocupada por la magia que por su descendiente, así mismo sintió una presión en su pecho que la hizo agacharse del dolor.

— ¡Mamá! — Pepa corrió hacia ella ayudándole a reincorporarse.

— Q-que todos se vayan, cierren la puerta. — Les dijo a sus yernos que salieron de su trance, se miraron uno al otro.

Mira no tardó en salir corriendo a su habitación donde se encerró. Agustín y Félix acataron sus órdenes pidiendo amablemente que todos se retiraran, había muchas cosas que pensar y discutir en familia, era un momento muy oscuro para ellos.

Infame | Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora