CAPÍTULO XIV

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— ¡Tío Bruno! — Gritó antes de que su tío saliera por una especie de puerta.

— Lo haré por nosotros, vas a estar agradecida. — Sonreía de lado metiendo los pedazos de la visión de Mirabel en sus bolsillos. — Ah, por cierto, aún sigues dentro de casa, nunca me fui, debes saberlo. —

Tras decir aquello salió de su escondite secreto dejando atónita a Mirabel que parecía estar bajo los efectos de algo, impidiendo moverse o siquiera levantarse. Bruno la mantendría retenida porque sabía que podría detener lo que sea que estuviera planeando y no estaba dispuesto a involucrarla de esa forma, tantos años ansío este momento y por fin veía la hora en que llegaba.

Su persona se distorsionó con el tiempo, su corazón se oscureció y sus pensamientos retorcidos pudieron más que su buena voluntad, fue corrompido por los actos de su familia que lo hizo de lado y ahora ellos pagarían las consecuencias, si era un monstruo era gracias a ellos.

Mientras tanto, los miembros de la familia estaban buscando a la culpable, llamándola y preguntando en el pueblo, no había ningún rastro y comenzaban a preocuparse, la tormenta se calmó un poco convirtiéndose en llovizna, en su lugar el viento soplaba fuertemente.

— Tu que eres un Dios de Amor, perdóname por mis pecados y dame fuerzas para corregir mis errores. — La abuela Alma se arrodillaba ante una imagen de Jesucristo en medio de Casita, tenía un altar con algunos santos, velas y un poco de incienso.

No era común verla orar ahí, siempre lo hacía en su habitación antes de dormir y cuando se despertaba, pero la situación que ahora tenía enfrente lo ameritaba, le pedía también a Pedro que la guiará para encontrar una solución y reprender a Mirabel por sus actos, tenía que arrepentirse de haber dañado a esta familia.

Aprovechando el momento a solas imploraba una respuesta, una señal sobre lo que tenía que hacer. Entre sus manos tenía un rosario que le ayudaba a confiar en su fe, en sus ojos, una mirada triste y decaída.

— Dios mío, haz posible encontrar una solución a mis problemas, concédeme tu ayuda para que nuestro hogar no vuelva a derrumbarse y que sigamos juntos como siempre lo hemos sido... — Su voz hacía eco. — Confío en ti Señor, en el nombre de Jesús- —

— Amén. — Completó una voz a sus espaldas.

— ¿Eh? — Alma se dio la vuelta de inmediato.

Los pasos se escucharon por los pasillos, chillidos de roedores también se oían de fondo, las sombras de alguien caminando a los alrededores de la casa se iban aclarando poco a poco hasta formar una silueta.

— ¿Quién está ahí? ¿Julieta, Pepa? — Alma no bajaba la guardia, presentía un individuo indeseado cada vez más cerca.

El sonido de un cristal romperse la alarmó, a su costado vio un pedacito verdoso en el suelo, su corazón pareció hundirse en su pecho.

Se agachó para recogerlo dudosa, como sospechaba, los cristales de Bruno.

La atmósfera se puso misteriosa, las puertas y ventanas se cerraban de golpe una a una. Alma comenzaba a sentirse ansiosa y a la vez asustada, si los cristales habían aparecido eso solo significaba que Bruno estaba ahí ¿Cómo era posible? Las velas también se apagaron, el piso tembló un poco avisando de algo más allá de la comprensión.

Las ratas salieron corriendo hacia ella y dieron vueltas sobre sus pies acorralándola, Alma no pudo evitar gritar asustada, retrocedió hasta chocar con el altar donde las figuras cayeron al suelo rompiéndose y la cera caliente cayó sobre una de sus manos.

— ¡Ahh! — Sacudió su mano retirando la cera.

Frente a ella se alzó una figura masculina, que la veía fijamente, sus ojos brillaban de ese verde neón.

La matriarca comenzó a temblar ya sabiendo de quién se trataba, jamás creyó que en su vida lo volvería a ver.

— ¿B-runo...? —

— ¡Shh, no se habla de él! —

— ¡Bruno! —

La silueta desapareció en un abrir y cerrar de ojos, Alma comenzaba a creer que todo se trataba de una pesadilla, nada de eso era real y que su mente le estaba mintiendo, debía salir de ese sueño a como dé lugar.

Caminó unos metros en dirección a la puerta principal, jaló el cerrojo, pero esta no abría, la empujó y golpeó varias veces llamando a Casita para que respondiera, pero nada.

Bruno estaba nuevamente detrás suyo solo viendo como trataba de huir de sus problemas, ahora tenía que afrontarlos, comenzando con él.

— ¿Piensas escapar? Qué lástima que ahora ni Casita ni nadie te puede oír. —

— ¿Qué es lo quieres? Vete, nadie ha pedido tu presencia aquí. — Lo enfrentó.

— Tienes miedo ¿No? Puedo sentirlo. — Bruno se acercó a la poca luz solar que entraba desde una ventana en el segundo piso, la única que no se cerró, se dejó al descubierto frente al rayito de luz. — He venido a advertirte. —

— ¿Advertirme de qué? Ya no formas parte de esta familia. —

— Familia que tu misma verás caer. — Se mantenía rígido, imponente. — Qué yo haré caer. —

— ¡No te atrevas a-! —

— No te queda tiempo, Alma, tu destino y el de la familia ahora está en mis manos, yo puedo quebrarlo si quiero. — En su mano tenía un poco de sal que apretó y se desbordó en el suelo. — Tengo el poder de hacerlo—

— ¡N-nunca te importamos! Te vas a arrepentir. — La abuela escondía el temor que le provocaba su hijo actuando impulsivamente.

— No, tú lo harás y vendrás de rodillas a pedirme perdón. —

— Jamás haría eso, toda la vida te has dedicado a sabotear el futuro de otros —

— ¡Yo nunca provoqué nada! Tú sólo veías lo malo en mí, como lo ves en todos. — Alzó la voz molesta.

— ¡Sigo siendo tu madre! — Los argumentos para defenderse se le acababan.

— ¿Es una puta broma? Yo quería una mamá, pero tú solo te dedicaste a "proteger" la magia dejando de lado lo que verdaderamente importaba. —

— La magia nos mantiene unidos. —

— ¡La magia nos está destruyendo! Solo que nadie se atreve a decírtelo, pero yo sí, tengo el valor. — Y era verdad, Bruno le tenía repulsión a su Don por qué siempre se lo hicieron ver así, ahora que sabía cómo sacarle provecho haría las últimas jugadas antes de que desapareciera para siempre.

— ¿Q-qué planeas hacer...? —

— Estoy dispuesto a destruir todo lo que has creado y estoy dispuesto a marginar todo lo que no sea real, para alcanzar la paz que tanto he anhelado. — Sonrió.

Infame | Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora