CAPÍTULO XXVII

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El levantarse de la cama era el desafío al que tenía que enfrentarse constantemente, no se le había hecho tan pesado como aquella vez, con la mente aturdida le era difícil dar las órdenes correctas a su cuerpo, las cosas que hacía o decía eran por mero impulso, muy independientes de él.
Sus manos dejaron la esmeralda sobre las sábanas desordenadas de su cama, sus pies lo llevaron hasta el espejo donde su reflejo fue lo más deprimente que haya visto; esos labios resecos y partidos, ojos hinchados con ojeras debajo de ellos, cabello despeinado y la piel pálida, de un color enfermizo.

Sus dedos se presionaron contra el cristal en modo de consuelo, no hacía falta adoptar la apariencia de otra persona para darse cuenta de que no era él, irreconocible a simple vista.
Quizá fue la grieta que se produjo en el espejo lo que lo hizo despertar del trance. La fisura que se extendió poco más de su mano rompiendo y quebrando parte de, asustado, solo se dedicó a vaciar esas lágrimas que se ocultaron tras sus ojos avellana, las que no pudo sacar desde el sepelio de su hermana. La conmoción finalmente se desprendía de su corazón, las lágrimas se convirtieron en sollozos y los sollozos en llanto, se dejó caer sobre el suelo apoyándose sobre sus rodillas.

No valía la pena preguntar por qué estaba pasado todo eso si internamente sabía que se lo merecían.
Tal vez debió ser más empático con su familia, tal vez debió ser menos egocéntrico o tal vez, y solo tal vez, era algo que ya estaba planeado, por algo las visiones de Bruno siempre se cumplían ¿No?
¿Cómo poder ver un futuro horrendo y asegurarlo para que así fuera? Solo sí te encargas de hacerla cumplir a toda costa.

La familia se cae a pedazos y con eso el mismo milagro corre peligro. Claro que ha sentido como su don va en decadencia, ha sufrido la frustración de no poder controlarlo siendo una víctima más del deterioro de la vela.

Cuando levantó su rostro y volvió a mirarse, en su reflejo, su persona se distorsionó totalmente, mostrando de nuevo a alguien que no era; el rostro de otra persona que usaba como máscara. Retrocedió asustado, creyó haber estabilizado su poder hasta ese punto, ahora veía que no.
Se dio media vuelta con la intención de regresar a la cama, pero, el gran pasillo que tenía que atravesar estaba repleto de espejos y todos los que lo rodeaban uno a uno mostraba a una persona diferente, a su familia, amigos y vecinos del pueblo ¿Dónde estaba su propia imagen?
Por algo, los espejos que colgaban de las paredes y lugares más altos estaban cubiertos con diferentes pedazos de tela, para que así no pueda verse ni perder la poca cordura que le quedaba.

Mientras se acercaba a observar detenidamente, suspiraba y trataba de mantener la calma. El que no se hallara por ninguna parte lo ponía nervioso, pues en su mente su estabilidad emocional comenzaba a tambalearse sobre la delgada línea que separaba su razonamiento de la locura.
Con las mantas regadas en el suelo intentó cubrir los espejos restantes, su transformación variaba en cada uno y simplemente no entendía que es lo que estaba pasando, otra vez estaba confundido, otra vez comenzaba a dudar de sí mismo.

Durante años había considerado que su don no era meramente grato, tampoco es que fuera un malagradecido, «era mejor eso a no tener nada» pero, vaya que había mejores opciones que iban con su personalidad.
Fingir ser otro individuo llegaba a ser bastante confuso, por qué si no se mantenía sobre la raya podría perder su identidad. Actuar como un ser diferente le trajo problemas que escalaban en lo riesgoso, perdiendo el control lentamente.
Aunque había reducido los ataques de ansiedad, jamás se fueron de él por completo, otro punto menos a su favor.

Pronto, todo su cuarto se vio envuelto en sábanas que cubrían todo objeto en el que pudiera mirarse. Pensó que así estaría seguro y lograría apaciguar esa crisis que comenzaba en su interior, sin embargo, faltó uno por tapar; en ese espejo de cuerpo completo que se extendía por toda la zona, era tan alto que no alcanzaba a cubrirlo, estaba pegado a la pared dónde su silueta se manifestaba, podía observar su expresión confundida, al menos ya se veía a sí mismo.
Cuando sus dedos presionaron el marco, al parpadear había cambiado.

— ¿M-mirabel? — Y es que el reflejo no era otra persona más que su propia prima, imitando cada gesto y acción que él hacía.

Esto iba de mal en peor, por qué cuando se abofeteó para no perder la cabeza, su imagen volvió a mutar mostrando a ahora su hermana, después a su madre, a su abuela, a sus amigos y finalmente a su tío Bruno, aquel horrendo ser al que odiaba profundamente.
Mordió sus labios centrándose en permanecer tranquilo, involuntariamente su cuerpo comenzó a temblar y provocarle escalofríos, en ese momento quería correr lo más lejos y alejarse de todo mal.
Así que, tambaleándose, volvió a la cama dónde movió la esmeralda para poder acostarse. Un brillo especial en ella le llamó la atención, al levantarla se percató que esa no era la visión de su hermana, era la de él.

El cristal cayó entre los pedazos de tela que lograron evitar que se rompiera, sus manos la soltaron de golpe cuando se vio plasmado en ella, una mala jugada. Ahogó un grito y entró en pánico.
Así que él ya estaba ahí, escondido como una rata entre todas sus cosas.

El sudor frío de su frente goteó por su rostro, su respiración se tensó, el corazón se le había detenido. Sus piernas se flexionaron haciendo que casi cayera y evidentemente, el ataque de ansiedad comenzó.
Jaló de sus cabellos intentando vanamente en contenerse, no podría ceder ante sus impulsos, debía ser fuerte.

Mientras tanto, sobre los rincones de la espaciosa habitación del más joven, cada detalle le llamaba la atención a Bruno. Hace algunos segundos que había entrado sigilosamente, para su fortuna, ni siquiera había notado cuando lo hizo. A él siempre le había encantado todo lo relacionado con el arte siendo el teatro una de sus aficiones más grandes, como no estar embelesado por la belleza que tenía la recámara, aquellos artilugios típicos de un escenario, vestuarios, luces, escenografía y sobre todo espejos.

Su buen humor (a costa de la tortura de otros) no tenía intenciones de desvanecerse, en las comisuras de sus labios se le notaba.
Pararse y ver de lejos como su sobrino sufría de un ataque era más que placentero, verlo retorcerse, maldecir, chillar, temblar, que divino.

— Supongo que esos son los estragos del milagro; volverlo una maldición. — Murmuró.

Camilo se congeló por unos segundos, en medio de su crisis creyó haber alucinado. Se giró solo para encontrárselo cara a cara, era increíble.

— Hubo un tiempo en el que yo también perdí el control, el sentimiento de no reconocerme frente a un espejo. — Hizo una pausa. — Aunque lo tuyo es muy literal. — Sonrió.

La sensación de vómito lo hizo retener una arcada. Las cosas caían en picada pasando de malas a devastadoras. 







˗ˏˋ Notas del Autor ˎˊ˗

¡Regresamos! ¿Están listos para ver como termina esta historia? Descúbrelo en los siguientes capítulos. Ahora si actualizaré más seguido (Cada dos días) ¡Gracias por leer! <3 

Infame | Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora