10. PRIMER Y ÚLTIMO DÍA EN MITCHELL'S.

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Había terminado de tomar la orden de un cliente cuando Steve entró a Mitchell's. Paseó la mirada por el lugar hasta dar conmigo. Entonces se acercó a mí.

-¿Qué se te ofrece? – inquirí.

-Es bueno saber que te alegra verme – ironizó.

-Escoge una mesa – espeté – En un momento tomo tu orden.

-No vine a comprar comida – repuso.

-¿Entonces qué haces aquí? – me crucé de brazos.

Antes de que él pudiera responder, mi jefe apareció; un hombre corpulento y alto:

-Steve – exclamó –, te estaba esperando.

-Me alegra verte de nuevo, Louis – respondió Donson.

-Maia, ¿podrías mostrarle el lugar a Steve? – dijo Louis – También proporciónale un uniforme – agregó – A partir de este momento, él trabajará con nosotros – y sin esperar respuesta, se marchó.

Miré a Steve con el ceño fruncido.

-¿Por qué me miras así, Danvers?

-Trato de comprender por qué viniste a conseguir trabajo.

-Necesito el dinero.

-Tus padres te dejaron una herencia y varias propiedades. Claramente no necesitas trabajar.

-Quiero ganar mi propio dinero – se encogió de hombros.

Era extraño que Steve viniera a trabajar justamente en donde yo lo hacía. Y era más extraño aún que lo hiciera después de haber mencionado el lugar en el que trabajaría.

-¿Por qué no conseguir un empleo en otro lugar? – entrecerré los ojos – ¿Por qué precisamente aquí? Dudo que te agrade la idea de soportarme más tiempo del que ya lo haces en el instituto.

-Vives la vida dudando, Maia.

-No evadas el tema.

Rodó los ojos.

-Si estás insinuando que estoy aquí por ti, te equivocas.

-Nunca insinué nada – sonreí con suficiencia – Solo digo que es una desagradable coincidencia.

Abrió la boca, luego volvió a cerrarla. Parecía realmente desconcertado.

-Sera mejor que te dé tu uniforme y te explique cómo funciona la máquina de helados – comencé a caminar. Steve no tardó en seguirme – Entre menos tiempo pase contigo, mejor.

-¿Qué tiene de malo pasar tiempo juntos, Danvers? – pasó un brazo por mis hombros.

-No te soporto – me aparté su brazo de encima y aceleré el paso.

**********

Cuando el turno terminó, Marcus y yo nos encargamos de limpiar las mesas y trapear. Para hacer el trabajo más ameno, bromeábamos entre susurros y nos rociábamos agua con el atomizador.

-Maia – Steve me llamó con severidad –, ¿puedes venir y trabajar conmigo?

Resoplé involuntariamente y me acerqué al mostrador, en donde él estaba haciendo las cuentas del día de hoy.

-¿Acaso en el preescolar no te enseñaron a sumar? – enarqué una ceja.

-Solo quiero corroborar que todo esté correcto. ¿Por qué no vienes de este lado del mostrador para que me ayudes?

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