DIECISEIS

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Fue hasta gratificante el ver como el sol se acercaba, tanto Hange como (n) habían armando más de diez veces sus valijas, ambas emocionadas por la idea de tenerse cerca. Ya no había necesidad de -alguna manera- esconderse, ya no había nadie quien las interrumpa o aquellas inocentes miradas que se daban con vergüenza. Por algunos días, sabían que nadie las perturbaría.

El cielo estaba tan brillante que quemaba su piel bajo las mangas de la camisa, su deslumbrante sonrisa en cuanto vió la figura de Hans en la estación de tren. Sus piernas parecían debilitarse a cada paso, no importaba cuántas veces la viera, cuántas veces la escuchara, siempre iba a ser una sorpresa y algo nuevo, algo lleno de emoción.

Las personas caminaban y esperaban a que el tren emprendiera camino, el bullicio y el constante amontonamiento era normal dentro de esta zona.

—¿Y esa quién es? —preguntó Levi junto a su hija, quién levantó a ceja cuando se percató de la mirada furtiva de las dos. Su perfecta y blanquesina camisa relataba por todos los demás, aquel trozo de tela viejo que llevaba consigo siempre, siendo una parte del vestido de su madre.

—Hange, es de quién te hablé —al sentir como sus mejillas se tornaba de un tono cálido, supo que no había vuelta atrás—, no seas amargado.

Ackerman había optado por acompañar a su hija, quería estar seguro de a quién le confiaría su preciado tesoro estos días.

—Usted debe ser el señor Ackerman —Hange se dispuso a hablar, su tono tostado de piel contrastaba tan bien con aquella camisa azul marino, los botones dorados se pasaban a través de aquellas aberturas, dejando los últimos dos desabrochados. —, un placer conocerlo.

El era un hombre serio, de hecho demasiado, así que con un apretón de manos y una sobria sonrisa, la saludó. No tenía aquella rapidez de crear vínculos como su hija, quién disfrutaba mucho de la compañía, era el calco de su madre. Siempre se preguntó el porqué no tenía sus genes. Los Ackerman, quienes no mantenía ningún tipo de relación a día de hoy, tenían una mirada calmada y carente de expresión.

—¿Y Armin? —cuestionó mirando a los lado, parecía estar muy pendiente de su yerno y mucho más de la relación que mantenía con la joven (n).

—Dijo que vendría esta madrugada, pero al parecer no está presente.

—Probablemente ya llegará —acotó la castaña —, el tren saldrá en quince minutos, ¿La ayudo con la maleta?

—Eso sería de ayuda, gracias.

Ambas se regalaron una cálida sonrisa como estabas acostumbradas a brindarse, ninguna era lo suficientemente sútil, si bien esto traía que de forma interna serepan que pasaba algo en su conexión, los terceros se percataban de aquello, y por obvias razones, su mente no se libraba de sacar conclusiones.

Muchos pensarían que el corazón de Hange se enterraría bajo tierra, que ya no podía volver a amar. Pero, hasta a ella le resultó extraño e increíble el como todo aquel dolor que le generó Pieck, se desvaneció, o al menos eso le gustaba convencerse. Era hasta molesto, siempre pensó que tardaría meses y hasta años en librarse de amarla.

Hange era el tipo de persona que no se dejaba sanar para nuevamente amar.

Aún así no quitaba el hecho que estaba tan cautivada por (n), que ignoraba el hecho que era imposible, eso traía aparejado verse atraída de forma física por la mujer de su jefe, pero nunca le dio muchas vueltas al asunto. Sabía que no podía controlarlo. Porque el deseo y el amor siempre se complementaban bajo su juicio.

—Querida, llegué —se escuchó detrás de su persona, aquella voz conocida la hizo sentir un escalofríos, cayendola a la actualidad y presente—, lamento todo.

KAOS| Hange ZoëDonde viven las historias. Descúbrelo ahora