VEINTISIETE

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Aunque ella simplemente suposo, que el mostrarse con miles de joyas costosas y peinados extravagantes lo único que haría lograr que los ojos se fijen en otra cuestión más allá de su propuesta. Y aunque no lo fuera así, siendo la única mujer presente además de Hange y Yelena-quienes contaban más como hombres a decir verdad-, tenía dos grandes variantes. El ser tratada como ingenua o ser tratada como una persona rica que lo único que hacía era colmar la paciencia de todos con su inquietud e himpectividad. O mismo su afán por creer que las cosas eran sencillas.

Y los tres pestaneos que dió, la hicieron caer a la realidad en la que se encontraba de una manera rápida y al instante en el cual sos ojos se enfocaron, observó en el escenario en el cual se encontraba. Los hombres hablaban, discutían, había perdido la concentración de la vivido y lo único que le devolvió el calor a sus mejillas fue la rápida mirada que Hange le otorgó. Sus labios formando una fugaz sonrisa que poco a poco se apagó, hasta parecía reprimirse de tal acción.

La larga mesa en el centro y las personas a sus costados pudo hacerle entender que tendría que no sólo enfrentarse a si misma, sino también a todo lo que tendría que venir.

—Como les decía... si es que tomamos en cuanta lo que dice la señorita Arlert, no sería un cambio totalmente descabellado —habló después de mucho tiempo Jean —. Sepan entender, que no es una propuesta innovadora ni mucho menos, se trata de derechos.

Asintió con su cabeza mientras se reincorporaba en la silla. Los hombres parecían estar atentos a cada movimiento que realizaba, hasta parecían tener una cierta intimidación por su figura. No era de negar que aún si su aspecto era cálido y  maternal para sus seres queridos, actualmente no mostraba más que un gesto serio y carente de calidez. Exactamente igual al que su padre tenía plasmado en su semblante las veinticuatro horas del día.

—Así es, no es por... tener unas simples infulas de querer arruinar, pero si ustedes es que gozan de sus privilegios y platos de oro —comenzó nuevamente —, sería hasta inconcluso no querer darles un poco más a los trabajores.

—Ellos tienen suficiente —contradijo el inconfundible Zeke —, ni un peso más ni uno menos.

El silencio de Armin la hacía enojar, como si fuera Zeke quien tomaba el poder de todo y el rubio no era más que una cara bonita. Como si fuera Armin una marioneta que solo eran manipuladas por sus asquerosas manos.

Suspiró, tratando de llevar la calma.

—¿Y quién es usted para decir eso? —preguntó y su paciencia, quien era mucha, era colmada por el simple sonido de voz —Entiendo que no es más que la mano derecha de Armin o...un simple trabajador como cualquier otro. Creo que debería aprender que su opinión, es limitada a ser realizada tal cual se dice.

El murmullo y bajas risas se escucharon, burlándose.

Para esos hombres era una especie de espectáculo o entretenimiento verla tratar de modular una simple palabra. Aún si experimentaban cierto miedo, jamás lo demostrarían.

Armin, Zeke, Armin, Zeke...

Esos hombres hacían que en ella experimentaba el sentimiento que más odiaba en el mundo.

Debilidad.

—Me gané mi posición para darla, señorita Arlert...algo que jamás entenderá porque es la esposa de.

—Le sorprenderá saber que la esposa de, tiene muchas más ideas que quedarse sentada cruzada de brazos mientras que en el Norte están a un paso de ocasionar un paro y huelga —levantó su ceja y recargando tu mentón sobre sus puño —. Lo que hago y pienso, es por el bien común, no por el mio propio.

KAOS| Hange ZoëDonde viven las historias. Descúbrelo ahora