Pasaje a la pasion

Capítulo 2

5 años después...

Hoy es el día de mi graduación. Con mucho sacrificio y adquiriendo un gran préstamo para pagar mis estudios, por fin he logrado licenciarme en Administración de Hoteles. Esto, para mí, ha sido grandioso, porque ahora podré salir a conquistar el mundo — —, siempre ha sido mi verdadero sueño.

Voy a solearme en las cálidas playas de Río de Janeiro y buscar trabajo en un gran hotel de lujo, donde pueda ponerme uno de esos bonitos trajes de ejecutiva, verme como una gran dama y darme la gran vida. Pero antes me pondré una falda hawaiana y bailaré el hula. ¿O tal vez sea la samba? Bueno, lo que sea que haya que bailar y me divertiré de lo lindo antes de enterrar mi cabeza como el avestruz, en un montón de papeles y trabajo.

Llevo la toga y mi birrete puestos, por suerte estaban colgados en la camioneta de repartos de mamá, porque había olvidado bajarlos. Pues no me ha dado tiempo de volver a casa para cambiarme gracias a mi madre —por supuesto, ¿por quién más iba a ser?, sonrío—, que me ha enviado antes a casa de doña Aurora, para que dejara su pedido.

¿Acaso no les he contado? Mi madre es repostera y hace unos pasteles para chuparse los dedos. Hoy es el cumpleaños de la nieta de doña Aurora y mamá, debido a la gran cantidad de pedidos que tiene, no ha podido ir a entregarlo ella misma, ya que Toby no llegaría a tiempo para hacerlo él —es un gran perezoso, ruedo mis ojos— y, adivinen qué... ¡ta, ta, ta, taaaaa...! Sí, como lo adivinan... he sido la afortunada ganadora del boleto premiado para hacer la entrega del pedido.

Ahora voy tragándome todas las luces de los semáforos y posiblemente a punto de ganarme el segundo premio del día, una boleta de infracción, que para nada me viene, porque estoy ahorrando hasta el último duro para poder comprar el pasaje a mi paraíso suramericano.

—¡Joder, inútil, ¿dónde te han regalado la licencia?! —grito al maldito conductor que ha pasado a mi lado a toda velocidad como si fuera uno de los corredores de Rápido y furioso—. No puedo creer que ese inepto se haya tragado la luz roja... ¿es que acaso no sabe que puede ocasionar un accidente? Y luego dicen que las mujeres somos el terror del volante.

Ya en el aparcamiento, salgo a la carrera para poder llegar a tiempo, que con el retraso que llevo seguro llegaré cuando todo haya terminado. Veo a mis compañeros que me hacen miles de señas con sus manos para que me dirija hacia donde están sentados —«gracias a Dios, y me han guardado un lugar», pienso— y tomo asiento en el momento exacto en que inician la actividad.

Luego de las cuatro horas más aburridas de mi vida, me reúno con todos los graduados en la gran carpa que han dispuesto para hacer el brindis —uno en el que no participaré, por supuesto— y en el cual ya están todos mis amigos con sus respectivas familias. Por si aún no lo notan... mi familia no podrá compartir conmigo este momento y eso me causa una gran tristeza. Papá murió hace dos años de un infarto mientras dormía. Eso fue devastador para mamá y para mí, sobre todo para ella, que ha tenido que trabajar muy duro para correr con los gastos de la casa desde que papá ya no pudo hacerlo más. Por supuesto que también ayudo, pero la paga para las meseras no es muy buena y muy pocas veces nos dejan buenas propinas. Mi tía Mina, cuyo esposo la abandonó por otra mujer más joven que ella y luego la dejó en la calle sin un duro para sobrevivir —maldito desgraciado tramposo—, vive con nosotras y trabaja con mamá, ayudándola a elaborar los postres. Sin su ayuda, habría sido muy difícil para mamá, sobre todo desde que papá ya no está.

Comparto un rato con los chicos y luego salgo apurada —¿cuándo no lo estoy?— para llevarle la camioneta a Toby y pueda hacer el resto de las entregas. Toby, ayyy... ¿tampoco les he dicho quién es él?, descuido el mío..., pues él es el chico que se encarga de hacer el reparto, pero hoy lo he hecho yo porque necesitaba el auto para ir al acto de graduación muy temprano y al muy inútil se le han pegado las sabanas esta mañana.