Capítulo 18

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¡Madre mía! Tengo la sensación de que me he pasado el día entero en una rigurosa sesión de ejercicios. Me duele tanto cada parte de mi cuerpo que estoy segura de que tampoco ha quedado ni un solo hueso sano en todo mi cuerpo, porque estoy ¡hecha polvo! Es que este hombre es una máquina sexual que no se detiene. Ufff... ¡Válgame Dios! Ha acabado conmigo.

Pero es un dolor delicioso y placentero. Nunca pensé que el sexo pudiera ser de esa manera, arrollador y aniquilante —por supuesto en el buen sentido de la palabra—, pero no me molestaría en absoluto volver a repetir. ¿Y a quién no le gusta repetir un buen pedazo de postre?

Los rayos del sol se cuelan a través de la ventana e iluminan cada rincón de la habitación. Puedo sentirlo acariciar mi piel con sus tentáculos de calor, llenándola de energía.

No quiero abrir mis ojos. Quiero quedarme vegetando como lechuga en esta calentita y mullida cama. Pero recuerdo que no he llamado a mi madre. ¡Joder!, pero si es que el señor del sexo me ha dejado obnubilada con tanto maratón sexual, que ni Game of Thrones lo superaría con un especial de todas sus temporadas juntas.

Salto de la cama como posesa para ir en busca de mi nuevo móvil y llamar a mamá y, como siempre, con lo patosa que soy, me enredo con la sábana y caigo como un saco de papas al piso. Afortunadamente, en esta ocasión, una alfombra muy suave amortigua mi caída.

Me incorporo mirando hacia la cama para ver si con mi desastre he despertado a Jeremy, pero encuentro que su lugar está vacío. ¿En qué momento se habrá levantado?

Tomo la sábana del suelo y la enrollo alrededor de mi cuerpo para cubrirme con ella. Me dirijo al cuarto de baño para hacer pis, porque siento que mi vejiga está a punto de reventar. Toco la puerta —toc, toc, toc—, pero no hay respuesta, así que supongo que Jeremy tampoco está allí. Abro la puerta con sigilo y entro al baño. Corro rápido y me siento al váter antes de que el dique se rompa. ¡Ufff...! ¡Por poco me lo hago encima!

Lavo mis manos y las seco con la pequeña toalla que hay al lado del lavamanos. Quiero cepillar mis dientes, pero recuerdo que no estoy en mi casa y no llevo nada con que hacerlo. Rebusco en el pequeño gabinete que hay sobre el lavabo y, ¡yay!, veo el cepillo de dientes que supongo es el de Jeremy.

Miro hacia la puerta, previendo que no venga él, y entonces ejecuto mi primera travesura del día: tomo el cepillo y procedo a limpiar mis dientes con él. Concluida mi fechoría, lavo mi cara y luego salgo en busca de Jeremy.

Reviso las dos recámaras que hay en el penthouse, pero tampoco está en ellas. Busco en cada rincón de la casa, pero no doy con él, así que supongo que se ha ido sin decírmelo, sin despedirse de mí.

Voy hasta la sala para buscar mi teléfono, supongo que ahora no solo llamaré a mamá, también he de llamarlo a él. Tomo mi cartera, que está sobre el mueble, y extraigo el celular.

Marco el número de teléfono de mamá y contesta en el tercer repique.

—Repostería Dulces bocaditos, buenos días —responde en su plan de negociante.

—¡Hola, mamá!

—Hola, Cass... ¿Por fin has recordado que tienes una madre?

—Lo siento, mami, he estado muy ocupada desde que llegué —si supiera cuáles son esas ocupaciones...—, pero ahora tengo un nuevo teléfono del cual llamarte, así que guarda mi número para que puedas comunicarte conmigo cada vez que lo necesites.

—Solo estoy bromeando, hija, y no te preocupes que ya te registro —la escucho reír al otro lado del teléfono.

—¡Eyy, que yo también quiero saludarla! —grita mi tía Mina.

Pasaje a la pasionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora