Capítulo 26

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Mi cabeza está a punto de explotar y mi boca se siente seca. El maldito artilugio comienza a repicar en alguna parte de la habitación y el dolor se desata con mayor intensidad. Meto la cabeza bajo la almohada para reducir el impacto del estruendo, pero mis esfuerzos son en vano.

Quito la almohada, alzo la cabeza —las palpitaciones son intermitentes—, extiendo el brazo y tomo el maldito teléfono de la mesa de noche y, sin molestarme en saber quién llama, lo apago. Vuelvo a cerrar los ojos y en un instante me vuelvo a dormir.

El impacto de la luz incandescente se estrella contra mis ojos. Pero no es suficiente para obligarme a levantarme, hasta que una cascada de agua es arrojada sobre mí.

—Pero... ¿qué mierda es lo que está pasando? —me levanto de un impulso y me pongo de pie, sorprendido por el intempestivo asalto.

—¿Vas a seguir actuando como un maldito cobarde, Jer...? Llevas dos días ahogándote en el alcohol y echándote a morir como un maldito gilipollas. Tienes treinta y tres putos años, ¡por Dios!, ya no eres un jodido adolescente.

—¡No es tu maldito asunto, Jackson! —Mis gritos hacen que mi cabeza vuelva a doler, por lo que llevo mis manos a ella—. Es mi puta vida y soy yo quién decide cómo mejor llevarla —bajo los decibelios en el tono de mi voz.

—Y tú eres mi jodido hermano y no voy a permitir que arruines tu maldita vida. ¿Siquiera recuerdas el puto desastre que causaste anoche?

«¿A qué coño se refiere? ¿De qué desastre está hablando?».

—¿Te das cuenta de lo jodido que estás, Jer? ¿Cómo puedes decirme que no me preocupe por ti, cuando ni siquiera puedes recordar cada maldita locura que hiciste? —Me mira con desconcierto, pero en realidad soy yo quien no termina de comprender lo que está pasando.

Me esfuerzo por recordar la noche anterior y las imágenes comienzan a llegar una a una como pequeños flashes. Van apareciendo y entrelazándose una con otra hasta formar una tira de películas que van reproduciéndose en orden cronológico...

Llego al bar del hotel y me siento frente a la barra. Le pido al barman que me sirva una botella, porque quiero tomar hasta olvidar cada maldito recuerdo de ella.

—Seth, trae una botella del mejor whisky.

—Enseguida, señor Blackwood.

Una vez que coloca la botella frente a mí, comienzo a beber un trago tras otro. Puedo sentir como la bebida caliente se desliza por mi garganta, quemando todo a su paso hasta asentarse en mi estómago placenteramente.

Al terminar la botella, exijo la siguiente. Puedo sentir como mis movimientos están totalmente descoordinados y mis palabras se tornan lentas y torpes.

—Lo siento, señor Blackwood, creo que ya es suficiente por esta noche.

—Sirve la... la maldita boteeella de unaaa vezzz o te echaré a pataaadas de miiii hotel —tengo dificultad para formar alguna maldita oración, por lo que con mi puño golpeo la barra y le ordeno que lo haga.

—No voy a hacerlo, señor Blackwood, lo siento, creo que no es conveniente que lo haga —me dice temeroso.

—¿Te atreves a llevarme la contraria? —Golpeo accidentalmente la botella vacía con mi brazo y se rompe en pedazos al contacto con la dura madera, esparciendo los trozos de vidrio por toda la superficie—. ¡¿A mí, que soy el puto dueño de este maldito hotel?! —grito y mi tono de voz es tan alto que siento que mis palabras se elevan por encima del fuerte sonido de la música.

Pasaje a la pasionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora