Capítulo 7

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Nos alojamos en una pequeña casa de alquiler cerca de la playa. La renta no es tan baja, pero entre los tres acordamos que juntos podemos asumir el costo. Es modesta y sencilla, solo tiene dos habitaciones y un baño, una pequeña cocina y una sala que, aunque no es muy grande, es lo suficiente cómoda para los tres.

Jean y Samy eligen la habitación con la cama más grande, mientras que la mía es de tamaño individual, por ser una habitación de menor tamaño. Mi dormitorio tiene la vista más hermosa, hacia el mar... y eso es absolutamente maravilloso. Me detengo allí, frente a la amplia ventana y deslizo una de sus hojas, puedo sentir la fría brisa batir contra mi cara, se siente tan surreal que aún no puedo creer que por fin me encuentro aquí. La experiencia que estoy iniciando a vivir es más de lo que había imaginado.

Tomo mi mochila y saco mis pertenencias para ordenarlas en el armario. Extraigo un juego de sábanas limpias que hay apiladas en uno de los travesaños y visto mi cama. Me tiendo sobre ella y elevo mi mirada al techo; no es la misma vista al cielo pintado con estrellas que hay en el techo de mi cuarto en casa, pero igual funciona; esta vez, ya no sueño con playas bañadas con cálidos rayos de sol, ahora lo hago con un futuro lleno de esperanzas, con oportunidades de vida que se abren ante mí y que estoy dispuesta a aprovechar.

Los chicos y yo decidimos salir a divertirnos, y alistamos todo lo necesario para disfrutar de un grandioso día de sol. Salgo a toda prisa, desesperada por hundirme en las cálidas aguas del mar y, en un arranque de locura, suelto mis cosas y, sin pensarlo dos veces, me arrojo al agua de un clavado —como toda una Greg Louganis— y comienzo a chapotear hasta que mis músculos comienzan a rogar que me detenga. Salgo del agua totalmente cansada y me acuesto a descansar sobe las mantas que Samy y Jean amablemente han colocado debajo de las sombrillas de sol que han sido instaladas por Jean en la arena.

—¿Sabes que la playa nunca podrá irse de aquí? —Samy sonríe con socarronería.

—Pues en el caso de que decida irse, ¿por qué no aprovechar antes de que suceda? —la observo mientras sonrió de vuelta.

—Chicas... ¿Quieren que vaya a por alguna bebida? —pregunta Jean.

—Gracias, cielo, eres un sol... para mí una piña colada —pide Samy

—¿Podrías conseguirme "sexo en la playa"? —pregunto batiendo mis pestañas con sugerencia.

Samy y yo reímos a carcajadas ante el rubor de Jean por mi pregunta doble intencionada. Luego se recompone y sale en busca de nuestras bebidas.

—De acuerdo, chicas, estoy en ello... enseguida vuelvo. —Se va deprisa evidentemente avergonzado.

—¿Sabes...? Esto es más hermoso de lo que pensaba —le digo mientras me quedo observando el paisaje brasileño a nuestro alrededor.

—Sí que lo es, también pienso lo mismo.

—Pero si queremos permanecer aquí, debemos encontrar urgentemente un trabajo para poder costear todos los gastos o pronto nos quedaremos sin un duro y en la calle.

—Lo sé, tenemos suficiente dinero para aguantar unas cuantas semanas gracias a lo que pudimos ahorrar viajando como mochileros, pero igual necesitamos asegurar algo de dinero para alargar nuestra estadía en este lugar.

—Pues yo no dispongo de tanto, debido a que tuve que invertir gran parte del dinero para reparar el camión de trabajo de mamá, que se averió un día antes del viaje y, como entenderás, era una circunstancia de fuerza mayor y tuve que elegir entre repáralo o comprar el pasaje, y ya sabes cuál fue la decisión.

—Pues era la decisión correcta. Yo habría hecho lo mismo... lo bueno de todo es que, si eso no sucede, no nos habríamos conocido y viajado juntas como mochileras en una fantástica aventura como la que tuvimos —sonríe feliz.

Pasaje a la pasionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora