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Catorce, catorce malditas cartas que mi padre y Jackson me habían hecho redactar y firmar para intentar mantener la paz entre los territorios cercanos.

Mi mano y muñeca dolían, en el dedo que utilizaba para apoyar el bolígrafo parecía que iba a salir un callo y la tensión en mi espalda era dolorosa. Sin embargo, entendía lo que estaba ocurriendo, era la forma en la que el alfa y el beta me decían “esto ocurre cuando haces estupideces”.
 
— Listo. — Murmuré por lo bajo.

— Bien, por hoy puedes irte a descansar pero mañana a las seis de la tarde tienes que volver a sentarte aquí, comenzará tu entrenamiento oficialmente. — No, aquello no podía estar ocurriéndome.

— Pero papá…— Él alzó su mano para que no continuara hablando.

— Si dirás lo que estás pensando, mejor no lo hagas. Pase lo que pase, solo o acompañado, vas a ser el próximo alfa de esta manada. — Sentenció.
 
Si no había forma de aplazar el evento, debía ser rápido y solucionar todo con Kaia.
 
— Bien…— Murmuré para mí mismo.

— No deberías pensarlo tanto, solo ve y habla con ella, sé sincero. — Asentí, dispuesto a seguir el consejo de papá.
 
Salí de la mansión lo más rápido que pude y me transformé al tocar el césped. Si quería llegar antes de que se quedara dormida debía ser veloz y en mi forma humana no podía.
 
— Ella está muy molesta. — Habló Oriol. — Ha estado con el ceño fruncido desde que estamos aquí.

— Está en su derecho, fuimos unos idiotas. — No podía dejar de verla caminar de un lado a otro.

— No me añadas en esto, no fui yo quien se dejó engañar. — Se defendió mi lobo. — Eres un idiota, tiene la marca de tu miserable mano en su delicado cuello.
 
No lo había visto hasta que Oriol lo había dicho. La había tomado tan fuerte del cuello que mi mano se había marcado por completo en aquel lugar.

Si con eso no me odiaba, no sabía con qué más podía hacerlo.

Kaia ya nos había visto así que no tenía sentido seguir intentando verla desde la distancia. Tenía miedo de acercarme y Oriol, aunque no había hecho nada para que ella estuviera furiosa, al ser parte de mí también estaba pagando por mis actos.
 
— Lárgate. — Habló con dureza cuando llegamos a la ventana en donde nos habíamos acercado por primera vez.
 
Su rechazo y malestar dolían como nunca nada lo había hecho. En mi pecho se instaló un vacío enorme pero mi lobo… Oriol no pudo mantener su sentir para sí mismo.

El lobo salvaje y grosero sollozaba ante el rechazo de su luna.
 
— No te quiero aquí. — Señaló hacia los árboles para que nos fuéramos por allá.— No quiero verte en mi casa ni en la escuela, solo desaparece de mi vida y no vuelvas.
 
Cada palabra fue una puñalada directa al corazón y el odio en su mirada había sido suficiente para destrozarme. La había perdido, mi luna ni siquiera me quería ver en la lejanía.
 
— Luna…— Volvió a sollozar Oriol.

— ¡Lárgate! — Gritó mientras sostenía su cuello como si aún pudiera sentir mi mano en él.
 
Las patas del lobo blanco comenzaron a moverse a toda velocidad hacia el lado contrario en el que ella se encontraba, obedeciendo las palabras de nuestra luna.
 
— Ella no nos quiere cerca... — Susurró él. — ¡Nuestra luna nos odia! — Bramó.

— ¿Crees que no lo sé? ¡La vi, sentí su desprecio! — Cuando llegamos a la mansión y nadie nos veía, Oriol dejó de hablarme y me cedió el control del cuerpo.
 
Se había enfadado y por lo que podía ver, no era algo que se le fuera a pasar al día siguiente.
 
Después de ir a mi dormitorio y cambiarme, volví a salir hacia el bosque. Debía disculparme con mis padres por mi actitud, lo sabía perfectamente y lo haría. No había sido un buen hijo y tampoco un responsable futuro alfa por lo que aceptaría las consecuencias de mis actos.

Luego de conseguir aquello que había ido a buscar, caminé nuevamente hacia la mansión.

Mi familia siempre había funcionado de una forma, si me contentaba con mi madre, lo hacía con mi padre. Por ese mismo motivo me había movido para encontrar algo que sirviera para pedirle la paz a la luna de la manada.

Toqué la puerta de la habitación de los líderes de la manada y la abrí lentamente, sabiendo que solo se encontraba mi mamá.
 
— Madre…— Murmuré al entrar.
 
Ella estaba sentada en la cama, dándole la espalda a la puerta.
 
— Sé que estás decepcionada y molesta con mi actitud. — Continué murmurando. — Entonces… Bueno…

— ¿Qué ocurre? — Preguntó, girándose un poco para observarme.

— Recuerdo que esto te hacía feliz cuando niño… Sé que es infantil pero es… Es mi forma de disculparme. — Susurré mientras le hacía entrega de mis disculpas.

— Una uduga. — Murmuró ella.
 
Una pequeña sonrisa apareció en su rostro y luego desapareció, tan rápido que pensé haberla imaginado.
 
— La acepto pero sigo muy molesta. — Dijo mientras su dedo acariciaba la oruga. — Aunque si dices uduga, puede que ya no lo esté tanto. — Me sentía utilizado pero si con eso lograba contentarla, entonces lo haría.

— Mami, encontré una uduga. — Murmuré avergonzado.

— Ven aquí mi cachorro. — Sus brazos me envolvieron maternalmente, brindándome aquel calor que necesitaba en esos momentos para aliviar un poco mi dolor. — Todo estará bien, solo debes ser paciente.

— No, esto es diferente. — Susurré. — Fui a verla y… Ella no quiere volver a verme.

— Sé lo que hiciste, lo sé todo y por eso mismo te digo que le des su tiempo. Ella necesita pensar y sanar antes de volver a verte. — Asentí lentamente.

— ¿Las cartas llegaron a las otras manadas? — Si bien el tema de mi luna me tenía fuera de mí mismo, aquello también me preocupaba.

— No, hice que Jackson impidiera un desastre. — El alivio que había sentido se expandía lentamente por todo mi cuerpo. — Sin embargo, te espera una gran cantidad de leña.
 
Odiaba cortar leña y ella lo sabía.
 
— De acuerdo, mamá. — Volvería a ganarme la confianza de mis padres y de mi luna, aunque tuviera que cortar leña hasta que se me cayeran los brazos.

— Dilo otra vez. — Murmuró mientras acariciaba mi cabello.

— Uduga. — Su suave risa inundó el dormitorio, terminando de tranquilizarme.

Son of the Moon© ML #2 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora