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Habían transcurrido algunos meses, tiempo que había aprovechado para acercarme todo lo posible a ella para memorizar lo que le agradara y lo que no. Si ella hubiera sido loba simplemente nos habríamos enlazado y listo, pero al ser humana debía ir despacio, conocerla y enamorarla. Sin embargo, todo aquello había cambiado en un solo momento, olía dulce, demasiado tentador para mi autocontrol.

Aquel dulzor no era por cualquier cosa, mi hembra estaba en celo y mi lobo quería dejar nuestros cachorros en su interior.

Deseaba empotrarla contra la pared y embestir hasta que se olvidara de su nombre y solo pudiera gemir el mío.

Como solía hacer todas las noches desde que la había encontrado, me encontraba cuidándola, vigilando los alrededores de su casa. Había decidido vigilar desde la distancia para no hacer una locura pero esa idea se había esfumado cuando Kaia me había llamado para pedirme un favor.
 
— La diosa está probando mi autocontrol. — Murmuré mientras cerraba los ojos.
 
Caperucita no se había atrevido a salir de noche hacia alguna farmacia o tienda pequeña así que me había llamado para que le llevara toallas femeninas. Ella estaba avergonzada, podía notarlo en su forma de hablar, pero había hecho todo lo posible para que no sintiera vergüenza conmigo, después de todo ella sería quien cargaría mis cachorros en su vientre.
 
— ¿Quieres algo de comer? — Preguntó por lo bajo. — Recién preparé la cena pero también hay helado y eso…
 
No quería comer nada de lo que me ofrecía, lo que el lobo quería comerse era a su Caperucita.
 
— ¿Podrías darme un poco de agua? — Ella asintió antes de salir a buscarla.
 
Estaba sentado en el sofá más grande que se encontraba en su pequeña sala.
Mi garganta estaba seca, mis sentidos se encontraban alborotados y los colmillos picaban, exigiendo que la marcara. Había sido una muy mala idea pero no podía dejarla sin las toallas femeninas, no cuando había sacado el valor para pedirlas.
 
— Ten. — Murmuró.

— Gracias. — Mi voz había salido ronca.
 
Ella olía tan dulce, tan mía.
 
— Kaia, tengo que irme. — Murmuré. Si quería ganarme su corazón sin arruinarlo, debía salir de su casa en ese mismo instante. — No quiero incomodarte.
 
Comenzamos a caminar hacia la puerta. Ella se adelantó un poco para abrirla pero después de detenernos frente a ésta ninguno de los dos se movió.
 
— De acuerdo…— Susurró para sí misma. — Am… Gracias por… Ya sabes.

— No tienes nada qué agradecerme y llámame si necesitas algo más, ¿de acuerdo? — Asintió repetidas veces.
 
Quería besarla, necesitaba probar sus labios. Mi cabeza me indicaba que debía comprobar si aquel dulzor que prometía su boca era real.
 
— Hasta luego. — Murmuré mientras me inclinaba para besar su mejilla.
 
Iba a hacerlo, solo iba a besar su mejilla pero no pude resistirme a aquellos labios. Tomé su barbilla con delicadeza y giré su rostro para besarla.

Aquello que prometían sus labios era real, tan real como ese beso.

Sus labios eran suaves, demasiado apetecibles como para solo besarla castamente. Nuestras bocas encajaban a la perfección y el ritmo  que seguíamos era simplemente increíble. La diosa Luna me había bendecido a pesar de todas mis faltas de respeto hacia ella, la diosa me había entregado a la mujer perfecta.

Mis manos dieron con su cintura para acercarla más a mí cuando su aroma dulce se intensificó. Que su cuerpo encajara perfectamente con el mío no ayudaba porque no había espacio entre nosotros, podíamos sentirnos a plenitud.

Su calor me estaba desquiciando y su intimidad me tentaba, sin saberlo mi luna me estaba poniendo como nunca antes había estado.
 
— Yo creo que…— Susurró con voz entrecortada cuando se separó por falta de oxígeno.
 
Sus piernas estaban unidas como si intentara que su humedad no continuara. Kaia lucía tierna con las mejillas sonrojadas pero también se veía apetecible, tan sensual con los labios hinchados y su mirada lasciva.

Son of the Moon© ML #2 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora