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Sus gemidos estaban llevándome a la locura porque deseaba escucharlos cada vez más alto y desesperados, pidiendo por mí. Nuestros cuerpos ya no se encontraban con gentileza o cuidado, sino con brusquedad y desesperación, queriendo fusionarse con el otro.
 
— Mi luna. Mi dulce, dulce luna mía. — Gruñí sobre sus perfectos pechos.
 
Después de que las embestidas se volvieran más fuertes y erráticas, mi boca atrapó su pecho izquierdo y lo torturó hasta que éste se encontró rojo e hinchado, otra muestra de posesión.

Quería marcarla por completo, en cuerpo y alma. Sus pezones se encontraban erectos e hinchados pero no me importaba porque esas areolas cafés me incitaban a morderlas y succionarlas hasta que éstas no pidieran más.

Sus pequeñas manos hicieron que me separara de su delicioso pezón, cosa que no me agradó hasta que vi sus intenciones. Me dejé caer en la cama para que ella se colocara sobre mí y me cabalgara como sus ojos me habían dicho que deseaba hacerlo.
 
— Se cuidadosa, es tu…— Iba a advertirle que era su primera vez y de debía bajar con cuidado pero era tarde, Kaia había bajado con brusquedad y se movía de esa misma forma. — Por la diosa…
 
Jamás había visto tanta perfección y sensualidad en una sola loba o humana hasta que había llegado ella, la hermosa Caperucita que me tomaba con desesperación y disfrutaba cada vez que salía y entraba en su interior.
 
— Sí, sí, sí… — Susurraba mientras arañaba mis hombros y pecho.
 
Ambos estábamos por llegar, su interior me apretaba para que liberara mi semen en su cálida cavidad.
Kaia acercó su rostro al mío para besar mis labios y yo aproveché para acariciar su espalda y glúteos, un camino que recién acababa de descubrir pero ya me encantaba. Sus besos abandonaron mi boca y comenzaron a bajar por mi mejilla, quijada y cuello, en donde se quedó.
 
— Si quieres hacerlo, hazlo. — Murmuré con voz ronca.
 
Podía sentir cómo sus colmillos estaban creciendo, su loba estaba más que dispuesta a marcarme y Kaia no se estaba resistiendo. Cuando sus dientes se hundieron en la piel de mi cuello, el mayor de los éxtasis recorrió por todo mi cuerpo y se concentró en mi pelvis.
 
— ¡Mm! — Gimió contra mi cuello.
 
Mis manos se aferraron a sus caderas y mis ojos se cerraron con fuerza, disfrutando las miles de sensaciones que me recorrían. En un movimiento rápido me posicioné nuevamente sobre su cuerpo y acerqué mi boca a la marca que adornaba su cuello. Mis colmillos picaban, querían volver a marcarla y no me resistí.
 
— ¡Cas! — Gimió con fuerza cuando mis colmillos se enterraron una vez más en la piel de su cuello.
 
Las últimas embestidas fueron salvajes y más allá de disfrutar de la apetitosa entrada de mi mujer, solo había una cosa en mi cabeza: dejar a mis cachorros. El orgasmo estaba nublando mi cabeza, tanto que el choque de nuestros cuerpos se tornó salvaje hasta que me aseguré de que mi cometido estaba hecho, dejándome complacido y a la vez exhausto.

Si todo salía bien, muy pronto iba a poder disfrutar del aroma de mi luna mezclado con el de nuestros cachorros y si no, entonces tendríamos más tiempo para practicar.

Después del placer apareció el cansancio, mis ojos se estaban cerrando debido a su marca de posesión y lo último que mis ojos vieron fue a mi luna. Sus ojos estaban del color de las manzanas verdes, ese cartujo que tanto me gustaba, su cabello se encontraba desordenado y saboreaba los restos de sangre que habían quedado en sus labios.

La madre de mis cachorros era magnífica, la perdición echa mujer, mi mujer.

A mi alrededor había demasiado movimiento y alguien hablaba sin parar. No me estaban permitiendo dormir y la causante de todo el escándalo tampoco me dejaba disfrutar de su dulce aroma a canela. En su lugar, la habitación estaba impregnada de un aroma agrio y poco agradable: estaba preocupada.

Mi luna caminaba de un lado a otro sin dejar de murmurar cosas absurdas.
 
— Déjame dormir. — Murmuré, atrapando su brazo y tirando de ella hacia mí.

Son of the Moon© ML #2 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora