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Oriol estaba arrancando cabezas como si de el mejor juego se tratara, pero esas no eran las que él quería sino las de esa diosa. Ella había lastimado a nuestra luna, esa supuesta diosa había hecho algo para que Caperucita no pudiera respirar y nosotros no íbamos a permitir que algo le sucediera.

Cada hechicero, bruja, vampiro o lobo que apareciera en nuestro camino y no fuera un aliado, terminaba muriendo en escasos segundos. Su sangre no era una exquisitez pero si con eso nuestra familia estaba a salvo entonces íbamos a continuar asesinado sin descanso.

El vampiro se había llevado a mi luna a la mansión tal y como habíamos planeado pero eso no significaba que confiara del todo en él. No podía confiar fácilmente en los vampiros, esos que constantemente atacaban y acababan con la vida de nuestros cercanos. Sin embargo, tuve que hacerlo.  Me vi en la obligación de confiarle a mi familia a ese vampiro porque mi madre confiaba en él y porque mi padre no lo había enfrentado a muerte. Si no fuera por eso yo mismo la habría llevado y no me hubiera ido hasta asegurarme de que estuviera bien.

Estaba tan concentrado en quitar del medio a todo lo que era una amenaza para mi luna embarazada que ni siquiera me percaté de que aquella diosa había desaparecido hasta que un grito nos hizo correr hacia el otro lado de la manada.

Era ella y mi lobo lo sabía perfectamente. Kaia estaba en peligro, lo sentíamos por la forma en la que nuestro pecho se apretaba y por cómo me llamaba.

Mi Caperucita temía y cuando llegué a la mansión fue como haber ingresado a una morgue. Todos esos cadáveres andantes se hallaban en el suelo aunque sabía que no estaban muertos, para eso debían estar sin cabeza y si a mi mujer le sucedía algo entonces sí lo estarían.

Las patas de Oriol se movían con rapidez incluso cuando teníamos una herida sangrante en el costado. Punzaba, pero nada dolía como lo hacía la voz débil de mi luna y los latidos desenfrenados de su corazón.

Un susurro cargado de emociones fue suficiente para enloquecerme porque se lo había dicho, no quería escucharla decir que me amaba hasta que estuviera fuera de peligro, mucho menos cuando había hablado en plural.

El cuerpo del lobo embistió con fuerza contra la puerta que nos separaba de la madre de nuestros cachorros y me sentí como si nuevamente estuviera en el refugio.

Esa maldita tenía su asquerosa mano sobre mis cachorros.

El hocico del lobo se cerró sobre la pálida muñeca antes de que ésta fuera retirada. Escuchaba como los latidos de su corazón disminuían pero si no terminaba con la amenaza ellos no estarían a salvo.

Si no podía herirla a ella como tanto me hubiera gustado, descargaría todo mi coraje contra el cobarde que creía que estaba oculto.
 
— ¿Esta es la escoria que proteges? ¿Un puto hechicero? — Bramó Oriol. — Te metiste con los cachorros equivocados, maldita zorra.
 
Acto seguido a ese insulto salimos disparados hacia la pared en donde estaba mi armario. El lobo de ojos dorados se levantó como si nada hubiera ocurrido y corrió hacia el hombre que había permanecido en las sobras. Una vez más ella impidió que pudiera atacarlo.
 
— Tocaste a mi luna. — Habló con el rencor tiñendo su voz. — Lastimaste a mis cachorros… Y todo por un asqueroso hechicero que solo calienta tus aposentos por conveniencia.
 
No hacía falta conocerlo para saber que ella había sido estúpidamente ingenua al caer en los engaños de los mejores mentirosos, los hermanos pequeños.
 
— No deberías de llamarte diosa. — Acompañó sus palabras con un gruñido cuando notó que los latidos de Kaia caían peligrosamente. — Acostarte con tu creación… ¿Qué se siente ser embestida por tu hijo?

— ¡Silencio! — No tenía idea de lo que había hecho conmigo pero mi luna ya no… El pulso de mi luna se había esfumado.
 
Mis ojos se dilataron mientras sentía que el cuerpo de Oriol se transformaba. Cada musculo, hueso y nervio estaba moviéndose bajo la aterradora mirada de ambos. No fui la única bestia que saltó sobre ellos, el lobo de Ulises también lo hizo aunque mientras yo me centraba en ella, él se encargaba del amante.
 
— Castiel no…— Susurró como si me temiera, como si viera a los ojos a su asesino.

— No soy Castiel. — La voz de Oriol salió ronca y gruesa, tanto que no parecía ser él quien hablaba.

— Puedo devolvértelos. — Continuó susurrando pero para nosotros no eran más que palabras vacías.
 
Quería matarla.
 
— ¿No querías bestias? — Preguntó con sarcasmo. — Te mostraré lo que las bestias hacemos cuando se nos arrebata a nuestra familia.
 
Una vez más la quijada de Oriol se cerró sobre su muñeca, esa vez tirando hasta arrancarle la mano. Sus alaridos nos hacían saber que como simples lobos no podíamos herirla pero como bestias sí y eso éramos nosotros los elegidos, bestias salvajes.

Oriol arrancó y despedazó cada parte de ella entre tortuosas preguntas y burlas. El lobo no se había comido su corazón simplemente para seguir torturándola, para divertirse con las suplicas que no hacían más que aumentar su sed de sangre.
 
— Te los devolveré. — Susurró débilmente.
 
Sus ojos se cerraron mientras intentaba contener sus muecas de dolor y de pronto escuché que su corazón volvía a latir. El lobo se alejó de esa supuesta diosa y se acercó a Caperucita, esperando que realmente despertara porque de no ser así buscaría la luna hasta comerse su órgano latente.

No importaba la cantidad de veces que la había llamado, en ninguna respondió a mí. Volvía a tomar el control de mi cuerpo cuando Ulises comenzó a arrastrar el de aquel hombre con el que descargaría su coraje en los calabozos. Tomé lo primero que encontré y me vestí, aunque nunca dejé de observarla o de olfatearla.
 
— Agradece que estás viva. — Murmuré con rencor. — Pero te aseguro que no habrá una próxima vez. — Giré mi cabeza hacia la que alguna vez había sido una diosa ante mis ojos pero en esos momentos se había vuelto una mujer cualquiera. — Lárgate.

— Cast…— Su voz me irritaba y no tardé nada en agarrar su cuello con fuerza.

— Tú provocaste que nos asesináramos entre nosotros. Enviaste a base de engaño y provocaciones a distintas especies para que nos hirieran. Moviste tus fichas para que lastimara a mi luna por culpa de una estúpida bruja y me quitaste a mi familia, una que según tú no debí tener porque ibas a matarla. — Escupí con desprecio. — Dime, ¿tomaras la oportunidad de largarte o prefieres que te asesine ahora?

— M… Me iré. — Aseguró y dejé que su cuerpo cayera al suelo.

— Si vuelvo a escuchar que la diosa está haciendo estupideces o que tiene un favorito, voy a cazarte. — La mujer pálida asintió y se esfumó frente a mis ojos.
 
Ella no estaba huyendo de Castiel o de Oriol, huía de esa bestia que había creado para limpiar su desastre pero que jamás había visto de cerca, mucho menos actuar en su contra.

Sentía odio, asco, rencor y quería asesinarla pero no podía, no cuando esos hermosos ojos se habían vuelto a abrir y todos aquellos sentimientos se habían ido a un segundo plano.

Mis ojos se abrieron cuando sentí la presencia de mi padre al otro lado de la puerta y un leve movimiento por parte de mi madre, quien se encontraba a mi lado. Al ver que su intento por ser sigilosa no había funcionado se quedó observándome como si la hubiera atrapado haciendo una travesura. Ella no debía estar en el interior de esa habitación y lo sabía perfectamente, los alfas éramos muy posesivos, sobre todo con nuestros cachorros y nuestra luna.
 
— Solo vinimos a traerles la cuna. — Susurró antes de que le preguntara. — Colócalos aquí para que estén más cómodos y tú puedas descansar mejor.
 
Asentí antes de que se fuera pero no los iba a poner en la cuna, no en ese momento. Mi instinto no me permitía soltar a mis indefensos cachorros, el alfa que se encontraba en mi interior prefería no descansar a exponerlos al peligro.

Son of the Moon© ML #2 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora