Capítulo 9

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La humillación y vergüenza anudaron mi pecho y garganta, la mirada desconcertada de Jimin aumentó mi mortificación creando un bucle de pensamientos inconexos destacando lo absurdo, y es que, cualquier idiota con un ápice de alcohol en su sistema tenía total derecho a no coordinar algo tan simple como caminar, salvo yo, el único tonto afligido por un suceso tan habitual entre ebrios. Al menos debo levantar mi cabeza y mantener la poca dignidad albergada en el fondo de mi ser.

– ¡Cuanto lo siento! – me levanté apresurado, trastabillando – Lamento haber interrumpido – reí nervioso – Estaría más que dispuesto a concederles tiempo a solas, pese a mi muy humilde voluntad me temo que Mark no pensará lo mismo, él te está buscando como loco, Irene.

Mi estado de tormento había impedido observar a Irene, manteniendo en todo momento mi vista en la profundidad del lúgubre y pequeño bosque, sin embargo, la curiosidad fue más que mi aflicción. El estado de ella no era mejor que el de Jimin, sus leves rizos, que anteriormente se encontraban pulcramente peinados, se convirtieron en una maraña de hebras esponjosas, sería cómico de no ser por la situación, sus finos labios carecían del provocativo lápiz labial y su expresión conmocionada produjo un bloqueo en mi mente y ser, como si mi razón abandonara la prisión indeseable que era mi cuerpo.

Jimin permanecía observándome con atención en un estado de estupor, como si no pudiera creer que había sido interrumpido en su mejor momento, peinando su cabello hacia atrás tomó aire, adoptando una máscara nueva.

– Deberías volver, Irene, Mark es impaciente – dijo tranquilo, sin quitar su vista de mí – Tenemos más oportunidades de volver a vernos.

– Iré contigo – murmuré, esquivando sus oscuros y gélidos ojos – Así él no se preocupará – sonreí derrotado.

– Es una buena... – trató de decir ella, aliviada, saliendo de su ensoñación.

– No, JungKook no se ve en buen estado, sería conveniente que descansara – interrumpió Jimin, en un tono severo.

Incrédulo, una risita llena de ironía rasgó mi garganta. Tal vez el alcohol combinado a mi creciente irritación, fluyendo como veneno por mis venas, suministraron la dosis perfecta de valentía y estupidez.

– Estoy perfectamente, señor Park – espeté entre dientes, dándole una mirada altiva – Agradezco su preocupación, no obstante prescindiré de ella y me dispondré a disfrutar lo que resta de noche. Si nos disculpa – tomé a Irene del brazo, dejando atrás a un boquiabierto Jimin.

La satisfacción burbujeó en mi vientre, retuve las ganas de reír, mordiéndome el labio mientras nos dirigimos nuevamente hacia la mansión. Estaba mal, lo sabía, no debí tratar de esa manera a Jimin cuando sólo se preocupaba por mí, pese a ello la congoja y el peso asfixiante del desconsuelo se desvanecieron levemente, el alivio envolviendo mi desolado estado. Irene guardó silencio todo el recorrido, hasta llegar junto a Mark, el cual aguardaba en las escaleras, con semblante adusto. Me despedí de ellos, evitando entrar en temas íntimos.


Perdí la noción del tiempo por segunda vez en la noche, junto a un sin fin de bebidas al borde de la inconsciencia, me tenía sin cuidado el haber trepado a la tarima y danzar junto a las aclamadas flappers, sí, necesitaba un respiro de tanto drama por irónico que pareciera, dado el sitio en el que aún me hallaba.

Un fuerte agarre en mi brazo me sacó de la tarima con brusquedad, aturdido trastabillé al punto de casi caer de bruces, una vez más.

– ¡¿Pero qué...?! – traté de zafarme inútilmente, enojado y confundido.

– Quédate quieto, deja de llamar la atención – espetó con aspereza.

El inconfundible cabello platinado me dio una idea bastante clara de quién me llevaba como un pequeño niño caprichoso hacia quién sabe dónde.

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