Capítulo 30

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Estar ante el individuo en el cual, durante muchos años creí ciegamente, hasta el punto de confiarle mi vida, no era fácil y mucho menos al enterarme que me había mentido en la cara. Enredando, tergiversando y entretejiendo hilos corrosivos de absoluta ilusión utópica, donde al final del planificado camino, sembrado por el irreversible sentimiento disociativo del odio, la avaricia y la lujuria, cosechaba, sin premeditación alguna, una lamentable distopía que fue sigmentándose hasta el punto de llevar a su amo y señor a la justicia divina... O así me sentía en éste momento.

Observé absorto al imponente rubio frente a mí. Un rostro drenado de vitalidad, abstraído, rebosante de indiferencia e inconcebible indolencia. Aquel hombre al que una vez admiré incondicionalmente, ahora se había convertido en un lamentable ser poseído por la derrota y el insondable detrimento, el cual aún se negaba a aceptar, manteniendo una sonrisa presuntuosa en todo momento, ensombreciendo sus almendrados ojos en profunda abnegación a la derrota.

– NamJoon – mi voz salió en un susurro, como si saboreara por primera vez el nombre de aquel lamentable sujeto frente a mí, obligando a mi reacia garganta a pronunciarlo.
A su vez, el atuendo de presidiario hizo el panorama aún más irreal. La rayas azules con percudido blanco no se adaptaban en lo absoluto a su antigua vivaz imagen, preconcebida por la costumbre de mi joven e inmadura memoria.

– Estás hermoso, JugKookie – halagó, haciendo un ademán para acariciar mi rostro, por acto reflejo me aparté antes de siquiera llegar a mí. Su mirada se enfrió por mi acción – Siempre fue él después de todo – sus labios temblaron y una aterradora carcajada salieron de ellos, helando mi sangre.
Mis dedos se enterraron en mis muslos, en un intento de contener la repulsión, el desprecio y la desilusión que corroía mi interior.

– ¿Por qué?, ¿Desde cuándo?... – las preguntas salieron sin contención de mi balbuceante boca. Un temblor de autodesprecio recorrió desagradablemente mi médula.

Los orbes de aquel destruido hombre me atravesaron como dagas venenosas.

– Oh, JungKookie, a veces tu ingenuidad roza la estupidez – chasqueó su lengua en tanto negaba desilusionado con su cabeza – ¿Por qué?, ¿No es obvia la respuesta? Porque te amo, es simple. Yo te amé antes que cualquiera lo hiciera. ¿Desde cuándo? – se encogió de hombros con la última pregunta – La madre de Irene nunca estuvo bien, era predecible que también heredara su demencia; sólo un poco de ayuda de la querida belladona y un detonante adecuado, como el no conseguir lo deseado, al ser arrebatado por la persona siempre amada y adorada por todos, y ¡voilà!, la triste niña marginada e incomprendida me ayudaría incondicionalmente. No obstante, lamento lo de tus padres, fue un pormenor que, aunque duela admitirlo, se salió de mis manos.

Negué en desacuerdo con sus palabras. Irene siempre fue amada, una chica tan dulce, ¿Cómo era posible...?

– Debes estar preguntándote ¿Cómo fue posible? Sencillo, ella se vió reflejada en su propia madre. Antes de que el amor de su vida se casara con tu madre, fue profanada por un don nadie... Así dió a luz a la pobre niña indeseada, Irene Moon – colocó su mano grácilmente bajo su barbilla, como si disfrutara contar la historia – Hye Moon fue terriblemente pérfida con ella, sin embargo, contigo desbordaba amor. ¿Nunca te pareció extraño? Me rompes el corazón con tu impasibilidad, conejito.

Era cierto, en innumerables ocasiones presencié los brutales castigos de mi tía hacia mi prima, al punto de siempre curar sus pululantes llagas y velar por ella en cama. Mi madre procuraba darle posada siempre que tenía la oportunidad, a cambio, me imploraba pasar largas tardes con mi tía, ya que, esta sólo se tranquilizaba si me veía o mantenía junto a ella. Todo fue una eterna pesadilla hasta el día de su defunción. No obstante, escarbar en el lúgubre pasado de mis padres y tía era demasiado para asimilar, la cabeza me daba vueltas en tanto armaba lentamente el puzzle familiar.

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