Capítulo 14

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El tapizado dorado en las paredes siendo iluminado por la tenue luz amarillenta de las victorianas lámparas de gas daban un toque enigmático y melancólico al estrecho pasillo, como si de unas fauces voraces de lobo se tratase, la pulcra alfombra roja como su lengua ansiosa por probar mi carne y más profundos temores.

La incertidumbre y la ansiedad chocaban embravecidas en mi interior, un mar caótico ofuscando mis sentidos, poseyendo mi cuerpo en inminente terror y bruma incontrolable de desconocimiento absoluto.

Algo en mi interior impedía dar el paso a aquel lugar colmado de posibles respuestas. ¿Y si no encontraba lo que en el fondo de mi corazón anhelaba? ¿Y si Jimin se molestaba por irrumpir en su preciada área oculta? Quería llorar, lágrimas de impotencia picaban mis ojos, era un idiota, lo estaba siendo y, por más que odiara toda esta situación ya nada importaba...

Fuertes golpes en la puerta de la habitación resonaron en todo el sitio. Saltando en mi lugar, me aterroricé al ver a Jimin removiéndose en las suaves sábanas. Entré sin pensarlo al pequeño pasillo. La ligera puerta corrediza cerrándose tras de mí en un suave siseo.
En aquel estrecho sitio resonaba mi acelerada respiración y mis latidos desbocados pulsaban en mis oídos, taladrando mi cabeza. Me recosté en la pared tratando de apaciguar mi alterado estado y, con un último suspiro en el cual inhale la valentía necesaria para continuar aquel misterioso camino me adentré a él.

No era extenso por fortuna, así la espera no sería postergada aún más. El lado izquierdo del final del pasillo estaba tenuemente iluminado por lo que parecía ser los últimos rayos solares, salvaje carmesí salpicaba de una forma hipnotizante el brillante tapiz. Curioso y atraído por la mezcla de destellantes colores, me acerqué a pasos letárgicos sintiendo la tensión aumentando en cada célula de mi organismo.

Temblando me adentré a mi tormento. El pequeño ventanal anunciaba la aparición de la gran luna y el precioso manto estrellado. Mi atención fue captada por hermosas y coloridas pinturas, una docena de cuadros adornaban el pequeño lugar. Hermosos lienzos cromáticos hacían del reducido espacio un lugar fulgurante y fascinante, al detallar un poco más cerca uno de los retratos más grandes colgando de la pared a un lado del ventanal, aprecié la silueta del que parecía ser Jimin frente a un bonito paisaje de ciudad con los brazos extendidos, parecía libre y alegre a pesar de enseñarme sólo su espalda. Por alguna razón mi pecho sintió la apacible ligereza del infinito afecto y dicha plasmados en cada trazo, mi corazón palpitaba desbocado y mi cuerpo era sacudido por temblores sin sentido.

Perdí la noción del tiempo contemplando aquella pieza, ahora las leves llamas danzando eran mi única compañía e iluminación. Aspiré un poco de aire, necesitando apaciguar mi agitado mar de sensaciones.

Me desplacé por el lugar, anhelando y a la vez temiendo comprobar mi única sospecha con un alto grado de sentido porque, si dejo atrás toda incredulidad, cada ficha estaba encajando a la perfección, lentamente lograba armar mi sepultado puzzle.

Todas aquellas pinturas retrataban a la misma persona, Jimin Park era mi musa, porque sí, aquellos trazos, aquellas mezclas de tonalidades eran de mi autoría, lo sabía a la perfección, mi cuerpo lo sentía y mis recuerdos de juventud y niñez lo afirmaban. Mi pecho ardió junto con mi cabeza, mis dedos picaban por sentir cada línea de esos cuadros, desesperados por rememorar el más insignificante fragmento de memoria sellada por mi subconsciente.

En un rincón de la habitación, casi pasando desapercibido, se encontraba un mueble victoriano ensombrecido y gastado por el pasar de los años, no obstante se veía reluciente, de hecho el lugar se veía impoluto, como si tuvieran especial cuidado de no dejar ni la más mínima partícula de polvo debido a que podría ocasionar el más terrible daño, a pesar de ser un sitio oculto.

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