Capítulo Diecisiete

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Hmm, mi jardín se ha comenzado a marchitar

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Hmm, mi jardín se ha comenzado a marchitar.

  La casa D'Luca ha estado en silencio los últimos días luego de que volvieran de sus vacaciones, nadie afuera de aquellas paredes sabe lo que sucede en su interior; pero de alguna forma se ha estado corriendo un rumor que ha erizado la piel de todo el que lo escucha, hace que miren con recelo las puertas de la mansión, y ninguno de los empleados que recientemente han renunciado o han sido despedidos se atreven a confirmar o negar nada.

  Melissa quiso callar aquellas habladurías tan pronto las escuchó, pero no estaba en buenos términos con su marido, dudaba de que él usara sus influencias para ayudarla por mucho que las cosas que se dijeran pudiera afectarle a él también.

  A él no le importaba su reputación, su única intención era reprimirla, y ella mejor que nadie era consciente de ello.

  El sonido del teléfono repicar hizo que la mujer se sobresaltara, y mirara con horror el aparato, porque a pesar de no poder ver quien era el que llamaba, su instinto le decía que nada bueno iba a salir de esa conversación. No podía ignorarla, lo sabía, de hacerlo solo lograría aumentar la tensión de su corazón, y tal vez se ganaría algún otro reclamo, por lo que mordiéndose con fuerza los labios contestó.

—Habla la señora D'Luca, ¿qué desean?

  La persona al otro lado no respondió por un corto momento, en el que solo se escuchaba el eco de su alrededor.

—Melissa, ¿hay algo de lo que tengas que hablarme?

  Palabras amables y tono moderado. Un escalofrio recorrió la columna de la nombrada, asustada de haber despertado la ira de aquella señora. Nadie mejor que ella conocía el temperamento de la otra persona, y aunque ya no era tan joven como antes, no dudaba que fuera igual de cruel como lo era en su juventud.

  Al igual que su hijo, la anciana D'Luca solía ser muy despiadada.

—Buenas noches, nona, ¿a qué se debe la pregunta? —preguntó en voz baja, evitando que se notara el nerviosismo de su voz.

  El pánico estaba invadiendo su corazón, haciendo sudar sus manos y que retorciera los dedos con inquietud. Un pensamiento aterrador llegó a su mente, pero rápidamente lo descartó sin siquiera pensarlo.

—Oh, por nada, solo quería preguntar —respondió entre risas aquella avejentada voz—, ¿cómo están las niñas? Tengo años que no hablo con ellas, la última vez que pude convivir con ellas, la más pequeña ni siquiera había nacido.

—Muy bien, están estudiando ahorita con su niñera...

  Luego de aquello la conversación continúo de forma amena, sin subidas ni bajadas, tan insípida que por un segundo a Melissa se le había olvidado estar en guardia.

  Hasta que tocó despedirse.

—Melissa —llamó en un tono un poco más bajo la anciana, ya cuando estaba por colgar—, creo que es momento de que vaya unos cuantos días de visita a tu casa, porque parece que has olvidado cómo debe de actuar una señora de hogar.

  Antes de que la señora Melissa pudiera responder a aquella obvia provocación, la otra parte ya había terminado la llamada, dejando solo el irritante sonido del teléfono descolgado.

  Por un segundo, la señora D'Luca no supo como reaccionar, quedando con el teléfono aún pegado en su oreja, viendo de forma estúpida un punto fijo en la mesa. Cuando logró despertar la ira en su corazón no podía ser calmada con nada, pero no podía moverse y romper nada de su alrededor, ya que ahora sentía que había alguien que estaba en alguna parte mirándola, esperando a que cometiera el más mínimo error para así delatar cada uno de sus movimientos.

  Al parecer su sospecha no estaba tan equivocada.

  Tal vez sea porque estaba muy molesta y no miró a su alrededor, pero Melissa pasó por alto un cuerpo delgado que estaba apoyado en la pared, a unos cuantos pasos de la puerta de su cuarto. Si hubiera estado un poco más vigilante, capaz y hubiera logrado girarse para ver la sonrisa ladina y los ojos burlones de la persona a sus espaldas.

  Antes de que pudiera seguir maldiciendo, unos suaves golpes llamaron a la puerta, la cual ya estaba abierta, y dejaba ver un cuerpo esbelto y un rostro coqueto esperando.

  Melissa, que hasta ese momento no se acordaba que la había mandado a llamar, no pudo ocultar su sorpresa ni disimular su anterior ira a tiempo. Pero rápidamente hubo una sonrisa decorando su pálido rostro, volviendo sus facciones un poco más "amables", reemplazando aquellas expresiones tan poco estéticas.

—Jasiel, ah, ¿qué haces aquí? Te estaba esperando —exclamó con voz dulce la señora, inclinando un poco su rostro a un lado.

  Un gesto tan dulce, pero tan repugnante a los ojos de Jasiel.

—Lo siento por mi tardanza, hasta hace poco fue que mis compañeras me avisaron, por eso tarde en venir. Espero sepa disculparme —respondió en un tono igual de amable la negra, sonriendo suavemente mientras miraba a la señora.

—Bueno, no importa, ya que estás aquí pasa y coloca seguro.

  Melissa no quiso alargar más el asunto, no tenía interés en nada de lo que sucediera entre la servidumbre, y ahora que estaba un poco molesta por aquella llamada, lo mejor que podía hacer para relajarse era disfrutar de su juguete.

  Ignoró por completo el disgusto que brilló en los ojos de la otra y la obvia resistencia mientras se acercaba. Le daba igual, al fin y al cabo tenía que obedecerla y acatar lo que ella dijera, ya que la tenía en su mano. Melissa sabía muy bien que en realidad le disgustaba a la otra mujer, lo supo desde que la conoció y esta trató de evitarla, pero no por eso iba a dejarla, no cuando era la misma imagen de aquella mujer que alguna vez amó. Por ello, con un poco de persuasión y prometiéndole aquello que necesitaba logro atraparla.

  Ya era suya, por lo que el resto no importaba.

  Claro, Melissa pasaba por alto la presión y la extraña aura que parecía rodear a Jasiel. Esta última no hizo intento por resistirse, y solo la siguió hasta su cama. En pocos minutos todo lo que tenían puesto cada una quedo tirado a un costado, arrugado descuidadamente uno sobre otro.

  Jasiel miró a un punto del techo mientras jadeaba, apretando los dientes con fuerza, se daba aliento en su mente, y se recordó porque estaba haciendo todo eso. Solo era un pequeño movimiento, un paso para lo que querían lograr, ¿qué importaba entonces tener que soportar un poco? Al final, todo esto no sería nada.

  Jasiel cerró sus ojos, aumentando su gemidos y un poco el tono de sus gritos.

  Ella dejaría que jugara, luego la haría pagar como era debido.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora