Capítulo Catorce

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Creo que no lo estás entendiendo

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Creo que no lo estás entendiendo...

Nadie puede tocar mis juguetes, solo yo. ¿Entiendes?

  En uno de los cuartos de la mansión, el que más alejado quedaba al final del pasillo del segundo piso, el que tenía la puerta vieja y un poco descuidada, adentro se encontraba la señora Melissa; no se deje engañar por la fachada antes mencionada, el interior estaba limpio hasta la más escondida esquina, desde el sofá que quedaba cerca de la ventana, hasta las cortinas que cubrían elegantemente la cama, que en medio de todo el cuarto, estaba cubierto con gruesas colchas.

  Ahí estaba acomodada la mujer.

  De manera perezosa su cuerpo se estiraba en el cómodo colchón, música suave sonando en un pequeño radio de fondo, su vista fija en la foto entre sus delgados dedos. Una sonrisa inconsciente se escapaba de sus labios, mientras acariciaba distraídamente el rostro de la persona en el retrato.

—Alicia... —susurró sin darse cuenta, su voz cargada de obsesión y locura.

  Unos golpes en la puerta la devuelven a la realidad, y la molestia no tarda en reflejarse en sus facciones. Odia que ni siquiera estos pequeños momentos le dejen disfrutar en paz. Dejando de lado la imagen, se acomoda en su sitio, arreglando su desordenada bata de pijama, antes de permitir que la otra persona pase.

  No nota como aquella foto se desliza hasta caer en el piso, a un lado de los pies de la persona que acaba de entrar: Una mujer bajita y de piel oscura se hace presente, de rostro redondo, grandes ojos negros que parecen honestos, y de porte simple.

  Nada que sea por lo mínimo interesante.

  Una mueca se forma en los labios de la señora Melissa al verla parada delante, por un momento tiene la intención de gritarle que está despedida, echarla lejos de su mansión y que deje de causarle problemas. Pero se muerde la lengua con frustración; ella prometió no tocar a su hermana.

  Porque si, la pobre criatura que está parada delante de la señora es Louisa Amésti, la niñera.

—¿Me llamó, señora? —preguntó en tono bajo la empleada, sin atreverse a verle el rostro.

  Una cobarde.

—¿Cómo te llamas? —preguntó en su lugar la mujer, sin ningún interés de ser cortés.

  Ella era una simple sirviente, alguien que vive bajo su gracia, ¿por qué sería educada? Si aún no la ha lanzado a la calle es por la súplica que le había hecho Jasiel la noche anterior.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora