Capítulo Cuatro

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Ya estoy grande para temerle a los monstruos

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Ya estoy grande para temerle a los monstruos.

Sin embargo, este en específico, tiene algo que eriza mi piel.

  Ya había pasado una semana luego de aquella perturbadora noche, con lo cual habían adquirido las niñas una nueva costumbre; ya que cada que llegaba la hora de dormir el peculiar trío se escapaban de sus habitaciones para descansar junto a la empleada, porque sí, hasta Andrea con su actitud imponente y demandante se juntó en esa travesura. Llegaban justo a las doce de la noche, y se despedían a las ocho de la mañana.

  Una rutina rara, pero a Louisa no le molestaba. De hecho lo veía conveniente, ya que así podía evitar que eso que las atormentaba se acercara, y hasta tenía fe de que con eso se acabaría. No importaba si sacrificaba su sueño si en cambio obtenía la paz de esos angelitos.

  Pero esa noche fue aún peor que las otras. No durmió muy bien a pesar de la pesadez que en su cuerpo se alojaba, solo dio vueltas por el cuarto y alrededor de la cama, le cantó nanas a sus acompañantes cuando parecían tener pesadillas que las hacían lloriquear, y se asustó con cuanto ruido se oía en el exterior del lugar.

  Ah, mierda. ¿Ahora por qué volvía su estrés? Fácil. Bianca tenía hematomas en sus brazos, piernas, y cuello.

  Logró dormir un poco cuando ya amanecía y sintió ya no había de que preocuparse. Ya sabía que eso no le era suficiente para recuperar sus fuerzas y energías, pero no le importó y se conformó con descansar un rato. Probablemente eso le traería como consecuencia unas terribles ojeras, y el que su cabeza parpitara por la falta de descanso; y a pesar de ser consciente de eso, en cuanto unos suaves golpes en su puerta la llamaron insistentes, Louisa se deslizó con pereza entre sus sábanas para no despertar al trío de angelitos que aún descansaban.

  Tenía la intención de vestirse cuando escuchó un gemido bajo de una, giró su rostro y vio a la mayor de las niñas hacer un puchero, tal vez con molestia por la luz que empezaba a entrar al cuarto y chocaba en sus ojos. Aún con cautela de no hacer ruido bajó las cortinas de su pequeña ventana y las dejó en una semi oscuridad para que continuaran descansando. Se sintió mal por dejarlas solas, aún recordaba el miedo con el que lucharon para huir de sus brazos y esa angustia que reflejaban en su cristalinos ojos aquella noche, logrando apretar su corazón.

  Pero, no estaba en sus intenciones despertarlas tan temprano un fin de semana sin necesidad, así que dejando un pequeño beso en la frente de cada niña, se dirigió a cambiar su pijama por algo más decente para el trabajo.

—¡Lou! ¡Apresurate!

  La insistente voz de quien permanecia tras de aquella puerta le fastidió, aún así acató lo que pedía y lo más rápido que pudo se quitó lo que cargaba por un camisón largo con mangas anchas y bordados que desconocía, pero que le gustaban por alguna rara razón.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora