Capítulo Trece

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Ridículo

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Ridículo. Imposiblemente ridículo.

¿Quién dijo que la felicidad era eterna?

  Jasiel soltó un suspiro cansado tan pronto como terminó de pulir la cerámica del suelo, oyendo de fondo a las dos únicas compañeras a las cuales parecía no importarles los chismes que de ella había, o que al menos eran lo mínimamente decentes como para no decirlos en su cara. Estaban hablando del insoportable trío de la casa. Ya llevaban un rato en lo mismo, y aunque rara vez opinaba cuando conversaban, esta vez no podía evitar despotricar con disconformidad hacía las niñas.

—No entiendo el porqué mi hermana está tan encariñada con esas mocosas —preguntó con amargura mientras tiraba con rudeza el trapo de su mano—. Son tan mezquinas, molestas y problemáticas. No parecen tener nada bueno.

—Jass, ¿eres tonta acaso? A tu hermana le están pagando para cuidarlas, es obvio que tiene que soportarlo.

  Una de las otras empleadas le respondió entre risas silenciosas, evitando así que alguien afuera de su círculo las escuchara. Una mirada llena de malicia decoraba su rostro, pero pasaba desapercibido para las otras que no la veían al estar ocupadas.

—Tienes razón, Luz. Es solo eso —murmuró con tono desganado la morena como respuesta.

  Esos últimos días habían sido especialmente cansinos. Ese en particular desde que se había despertado habían estado corriendo de un lado a otro por la cantidad de trabajo, porque al parecer dentro de poco llegaba una visita importante y la casa debía de estar en sus mejores condiciones. La mente de la joven empleada había estado hasta el borde de llamados, quejas y reprimendas de las otras trabajadoras, por lo que no tuvo tiempo libre para analizar que desde hacía unos días no usaba el collar que siempre llevaba encima.

  Para su mala suerte, el resto de compañeros no eran tan distraídos, e inmediatamente notaron ese detalle.

—Amésti —Una voz algo baja Y pausada se escuchó entrar a la sala, llamando la atención de la nombrada—, la señora te ha mandado a llamar, así que termina aquí y vas a buscarla.

  En cuanto el joven había terminado de hablar se retiró sin esperar respuesta de la morena. A esta poco le importó, y como ya había acabado con su trabajo estaba preparando para irse, ignorando por completo la pesada atmósfera que comenzaba a rodearla.

  Las dos empleadas que antes hablaban animadamente fueron bajando el tono de sus voces hasta ser apenas susurros. Miradas curiosas eran dirigidas a la puerta, donde sin previo aviso apareció una figura que se acercaba, con pasos llenos de duda, pero sin hacer el más mínimo ruido.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora