Capítulo Veintiocho

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¿Títere, o titiritero?

  Para cuando el señor D'Luca reaccionó, ya era tarde. Lo mismo sucedió con las niñas.

  Ellas estaban dormidas, hambrientas y cansadas, y cuando fueron despertadas por los gritos de su abuela y vieron entrar al lugar a un grupo de personas uniformadas, pensaron que aún estaban un poco somnolientas, por lo que habían alucinado una escena tan surrealista.

  Incluso se quedaron sentadas en el suelo, abrazándose mientras la vieja sábana cubría sus cuerpos que temblaban levemente por el frío.

  Luego una de las mujeres uniformada se acercó hacía donde estaban, con su rostro serio, pero su voz suave y amable, muy parecida a la manera en la que les hablaba su niñera.

—No tengan miedo, no las voy a lastimar —dijo mientras miraba con preocupación sus rostros y cuerpo—. He venido para sacarlas de este lugar.

  Cuando aquellas palabras cayeron en oídos del trío no pudieron procesarlo con rapidez, casi estuvieron por llorar de felicidad e incredulidad, pero en su lugar solo abrieron sus ojos con sorpresa, sin decir nada, dejándose llevar sin hacer preguntas ni protestar, por miedo de que en el momento en que hicieran algo incorrecto aquella escena desapareciera.

  Todo parecía muy irreal.

  Mirando hacía delante, su corazón latía con tanta fuerza que podían sentirlo chocando contra sus costillas.

  Ellas sabían que en el momento en que subieran a aquella camioneta, el final de aquella pesadilla llegaría. Por lo que cada paso que daban en dirección a la patrulla era como estar pisando una capa delgada de hielo, temiendo que en el siguiente segundo se rompiera y la oscuridad volviera a tragarlas.

  Estaban cada segundo más cerca de ser libres.

  Por otro lado, la policía se esforzaba por alejarlas del centro del caos y que no vieran lo que estaba sucediendo con los otros adultos, pero era imposible considerando los gritos que llamaba a cada uno de sus nombres, y los esfuerzos desesperado de su padre por llamar su atención.

  Este era su fin, lo sabía, y por alguna razón, viendo como sus hijas eran apartadas y estas no mostraron la mayor desconfianza o preocupación por su situación, sintió una gran ola de pánico que enfriaba su corazón y sangre.

  No podía dejarlas irse así.

  Quería detenerlas, amarrarlas a su lado.

  Advertirles que no podían hablar sobre nada que pudiera afectarle.

  Pero cuando estaba girando su rostro en su dirección, queriendo decirles algunas palabras dulces que despertará su simpatía, solo pudo ver sus espaldas frías e indiferentes alejarse, sin darle la oportunidad de hablarles.

  Él no pudo aceptarlo.

  Ellas eran sus hijas, le pertenecían, ¿cómo podían irse así de fácil?

—¡Esperen... niñas... yo...!

  Quiso gritar como un último esfuerzo de captar su atención, pero su voz se vio ahogada de golpe, y antes de que pudiera reaccionar fue obligado a subirse a la camioneta y cerraron la puerta antes de que pudiera volver a decir algo.

  Sus palabras quedaron atoradas en su garganta, sus ojos miraban con incredulidad a través del vidrio en dirección a las niñas que estaban sentándose en sus asientos. Sin mirar en su dirección.

  Sin embargo, la anciana D'Luca que estaba parada a un costado, con su rostro serio y digno a pesar de estar esposada, sí vio claramente lo que pasó en ese momento.

  Sus ojos seguían con ira la figura de la niña más grande, que de no ser porque estaba siendo vigilada y retenida por una fémina, ya hubiera corrido a abofetearla hasta cansarse y sacarle sangre.

  ¡Era una mucosa malagradecida!

  En el momento en que Giorgio las había llamada, Andrea había girado su rostro, en una posición donde el policía a su lado no podía ver, sonriendo con burla mientras con su labios gesticulaba de manera alegre "al fin van pudrirse". Luego apartó la cara, siguiendo su camino sin darle a ninguno de ellos más importancia.

  Se estaba burlando de ellos.

  ¡Se atrevía a mirarlos así!

  Pero ahora ella no podía hacer nada. Con resignación tuvo que agachar la cabeza, entrar a la camioneta, y morderse con ira la lengua mientras se preguntaba ¿dónde salió todo mal?

  Ella vino a la mansión a arreglar un pequeño error, pensó que podría detener todo y evitar la crisis, sin saber que junto a su llegada, una terrible catástrofe le esperaba. Ahora todos se hundieron juntos.

  Y en ese momento no quedaba ni una sombra de lo que hasta hacía poco había sido una prestigiosa e influyente familia de clase alta.

  No importaba que tan grandiosos fueron antes, en el momento en que sus crímenes quedaron expuestos fueron totalmente abandonados y solo una horrible sentencia les esperaba.

  Llegó el fin de los D'Luca.

Y este es el fin.

Ya, me despido. Nos vemos en una próxima obra o en los extras, lo que suceda primero.

Mentira no, quiero agradecer a todos los que leyeron hasta aquí, que soportaron mis largas desapariciones, y que dejaron sus votos en la obra. Un gran abrazo a ustedes.

Les debo un agradecimiento más sincero, pero quiero hacer algún detallito para darle fin a esto. Espero pronto traerles algo.

Esto aún no es un adiós, sino un hasta luego.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora