Capítulo Veinte

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La sombra también le tiene miedo a la oscuridad

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La sombra también le tiene miedo a la oscuridad.

  Giorgio D'Luca estaba molesto.

  Ya había fumado su cuarto tabaco, la casa tenía impregnado el olor en cada rincón de ella, pero no había nadie que se atreviera a quejarse de ello, o que siquiera mostrara su disgusto. Todos sabían que ese era la manera en que el señor contenía su ira, y de molestarlo con una queja, ellos serían los que terminarían soportando de su descarga.

  Ninguno estaba dispuesto a ser la víctima.

  Al menos hasta que la anciana llegó, todo había funcionado así.

  La sangre del hombre hervía, las ganas de golpear todo hacían que sus manos temblaran en puños entre sus bolsillos, e incluso presentía que sus dientes podrían romperse de la fuerza que estaba utilizando para apretarlos, y no dejar salir las maldiciones que amenazaban con escaparse.

  Entre sus ojos marrones se veía una tormenta viciosa, y la llama de la furia no podía apagarse. Pero en su rostro nada de esos detalles se notaba, e incluso había una sonrisa de alegría que lo decoraba, tan ancha que hacía entrecerrar sus pequeños ojos.

—Madre, que alegría verte, bienvenida, pasa —saludó con voz cálida, colocando cariñosamente sus manos alrededor de los hombros de la señora, dando las pesadas bolsas a un empleado a su lado.

  Nadie hubiera podido imaginar los insultos que se reproducían una y otra vez en su cabeza, basándose en su apariencia de hijo filial y amoroso.

  Y en sus pensamientos gritaba alterado, ¿qué hace esta mujer aquí?

  Ignora su angustia, en realidad el hombre sabía desde el principio que la doña D'Luca  estaba interesada con las cosas que pasaban en la casa. ¿Cómo no? Si la misma Melissa había ido a pedir que interviniera con su madre, arrodillandose y jurando que nunca volvería a tener amantes si evitaba que la doña se metiera en sus cosas.

  Sin embargo él no le tomó importancia, incluso se llenó de satisfacción al ver a su mujer en ese estado de humillación y sumisión ante él. Se dio el lujo de mirar desde la distancia, riéndose de la desesperación de Melissa.

  Jamás se esperó que esto también le afectara a él.

—¿Dónde están mis nietas? Quiero verlas —declaró la doña, con voz avejentada y un poco ronca, mirando con cuidado a su alrededor.

  Giorgio, con un gesto hacia una empleada cualquiera, mandó a buscar a las niñas mientras él acompañaba a su madre a sentarse en la sala, seguido de Melissa, la cual no se atrevía a decir ni una palabra, y mantenía la mirada baja tras de ellos.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora