Capítulo Veintidos

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Hay personas que no saben cuidar a sus muñecas, y las tratan muy mal.

  Andrea miró con disgusto sus sábanas, y con ira no disimulada las tiró todas al piso, pisandolas con rencor, tratando de desahogar con su berrinche la frustración, asco y desesperación que tenía atorada.

  Estaba un poco impaciente, la espera se estaba haciendo cada vez más insoportable, y sentía una desesperación que comenzaba a consumirla cada día. A pesar de que sabía que solo habían pasado unos cuantos días desde que la niñera se había ido, sentía que el tiempo se movía demasiado lento.

  Ya estaban las puntas de sus dedos que sangraban de tanto morderse las uñas.

  De haber sabido que todo iba a ser así, hubiera preferido seguir sin creerle a niñera Louisa.

  Todo es más fácil cuando simplemente no se tiene esperanza, y se acepta cual es la realidad, aprendiendo a vivir en torno a eso. No hay altibajos, ni expectativas. Pero una vez que acepta soñar, así sea un poco y con recelo, la desesperación que se siente en torno esa pequeña abertura será asfixiante.

—¿Puedo pasar?

  Interrumpiendo sus pensamientos, escucha un par de golpes del otro lado de la puerta, seguido del chirrido cuando esta se abre. Y por el espacio que había en ella, se vio asomarse un rostro lleno de arrugas, sonriendo de manera amable y amorosa.

—Mi niña, ¿ya estás despierta? Ya los empleados hicieron el desayuno, y tus hermanas están abajo esperando para comer contigo.

  La voz de la abuela era aspera, propia de una fumadora veterana, con tono bajo como si no quisiera o fuera incapaz de molestar.

  Muy desagradable de oír.

  La adolescente se limitó a verla, sin mostrar en su rostro los pensamientos que pasaban por su cabeza, cruzando sus delgados brazos tras su espalda mientras le respondía con rostro inexpresivo.

—Bajaré en un momento, no me siento muy bien ahora.

—Oh, ¿qué le sucede a mi nieta? ¿Es grave? ¿Quieres que llame a algún doctor? —Un jadeo escapó de los labios de la anciana, mientras se apuró a preguntar, colocando una expresión nerviosa mientras una de sus viejas manos caía sobre su pecho.

  Y Andrea tenía que admitirlo, la vieja D'Luca era muy buena fingiendo preocupación y cuidado. Desde los labios apretados, las cejas dobladas, o el brillo acuoso que hacían sus caídos ojos verse lamentables, todo era un elemento que aumentaba sus puntos de actuación. De no ser porque claramente las sábanas cubiertas de sangre estaban en sus pies, lugar donde podía verse con total lucidez, podría tal vez creerle su acto de abuela amorosa y atenta.

  Ni siquiera se le ocurrió por preguntar directamente si era su periodo o algo más.

  No tenía ánimos de seguir con aquel juego, ya estaba por comenzar a dolerle la cabeza, por lo que solo negó con su cabeza de forma rápida, mientras se daba la vuelta e iba directo a su baño. Sin dejar que la detuvieran para decir más ridiculeces. Estaba cansada, pero conocía sus límites. Por lo que se bañó lo más rápido que pudo, y se vistió con ropa de casa que fuera presentable, y bajó con pasos perezosos las escaleras.

  En cuando estaba por llegar a la entrada al comedor, vio una sombra pasar por su lado, dejando caer una nota a sus pies. Y antes de que pudiera decirle algo, la otra le hizo un gesto con los dedos para que guardara silencio, y luego irse sin el mayor ruido. Miró el papel que seguía tirado, lo recogió y sin abrirlo lo guardó en el bolsillo de su pantalón. Siguiendo su camino sin la menor perturbación, como si aquel breve intercambio no hubiera existido, caminando hasta donde sus parientes y hermanas ya la estaban esperando.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora