Capítulo Veintiuno

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Mientras el gato no esté en la casa, los ratones hacen fiesta.

  En un barrio pobre del Distrito capital, en una casa hecha de láminas de zinc, en la pequeña sala había una luz encendida donde yacían sentada Louisa con su madre.

  Ambas acababan de discutir, la pobre chica está llorando mientras la señora ya mayor, con los ojos rojos y el ceño casi que unido, se limita a verla sin decir ni una palabra. No había nada de lo que seguir hablando; aunque la negra dijo que buscaba consultarlo, en realidad ya había tomado una decisión desde el momento que renunció a la casa D'Luca.

  Sin más, la anciana agarró el sobre que estaba en la mesa, ni siquiera lo abrió para ver que cantidad de dinero había dentro. Sin mirar atrás apagó todas las luces, y antes de entrar al cuarto con sus hijos más pequeños, dijo una última vez, como última advertencia:

—Espero que no te arrepientas luego de esto que estás haciendo.

  Lou no respondió, solo miró sus manos que descansaban sobre sus muslos. Pero en su corazón dijo con total seguridad, mientras pensaba en aquella última mirada que recibió de las niñas cuando les dijo lo que planeaba: "No lo haré".

  Poco después quedó completamente sola en la oscuridad, y sin tener un lugar en el que desahogarse, solo pudo soltar un suspiro cargado de cansancio mientras se restregaba con frustración los ojos.

  Ella no tenía vicios, siempre los había evitado para ahorrarle problemas a su madre, pero de pronto le había provocado beber hasta emborracharse y olvidar todo. Quería quedar vuelta nada, sin ninguna conciencia de los problemas que la rodeaban, tirada en el suelo vomitando hasta la bilis por haber excedido su límite.

—Tal vez debí quedarme con un poco... —murmuró para sí misma, aún con sus manos cubriéndole los ojos.

  Ese dinero eran todos sus ahorros de lo largo de los años de su duro trabajo, desde los dieciseis hasta los veinticuatro. Ocho años de su esfuerzo por su sueño: No quedó nada.

  Antes solía agarrar lo poquito que sobraba de su sueldo y se lo escondía, y lo protegía con todo lo que podía para así poder comprar una casita en un lugar mejor en el futuro. Solía imaginar todas la noches, antes de caer rendida por el agotamiento, llegando un día con el dinero en la mano, sorprendiendo a su madre, llevándose a sus hermanos lejos, a una hermosa casita de barro en el campo donde pudieran jugar y crecer lejos de todo lo malo.

  Con sus cejas acurrucadas en una mueca de desolación, pensó en la expresión de decepción de su madre al momento de reprenderla.

  Sí, en definitiva, la había sorprendido mucho.

  No quiso seguir llenándose de auto desprecio, por lo que sin hacer ruido agarró su chaqueta que descansaba en la mesa, y se dirigió a la solitaria calle, sin nadie que la acompañara o supiera si volvería.

  A partir de ese momento, ya no estaba segura de que volvería a encontrarse con su familia. Y una vez que Jasiel le entregara los documentos que había pedido que sacara de la mansión, la mandaría a ir tras de su madre y hermanos. Quedando solo ella, una simple empleada doméstica que ni culminada tenía la primaria, para enfrentar la lucha interna entre la gran familia D'Luca.

  Tenía mucho peso en sus hombros, pero estaba bien, ya estaba acostumbrada.

  Camino por las sucias calles, sin mirar nada, ignorando a los indigentes que aún dormían en el suelo, y los animales callejeros que al pasar por su lado le gruñian y mostraban sus colmillos afilados. Y así siguió hasta llegar a un cruce de vía, donde comenzaba a unirse con la autopista.

  Se acercó al teléfono fijo que estaba en toda la esquina, miró el número que tenía escrito en la palma de su mano, sin la menor seguridad de que fuera a ser contestado al tener en cuenta la hora que era. Pero aún así trató, no tenía nada que perder. Por lo que esperó con paciencia mientras escuchaba el tono de la llamada.

Y para su sorpresa, después de unos segundos, escuchó la voz ronca de su hermana al otro lado de la línea.

—¡Jasiel, gracias a Dios! ¿Cómo estás? ¿Como están las niñas? No había podido ponerme en contacto antes ya que estaba resolviendo unas cuantas cosas en casa —su voz se escuchaba ansiosa, preocupada, y sus palabras fueron dichas tan rápidamente como un suspiro.

  Tal vez sea por eso que no escuchó el sollozo ahogado de la otra parte, ni se dio cuenta del silencio que hubo en el otro lado.

  O si lo hizo, lo ignoró completamente.

—... Todo está bien Lou, ya tengo lo que me pediste —hubo un pequeño sonido de tela al deslizarse, al igual que una interferencia, como si la otra parte estuviese en movimiento—. Pero creo que va a ser un poco difícil hacértelo llegar, ahora con la abuela D'Luca las cosas no están siendo tan fáciles para mí.

  Al escuchar el susurro de su hermana, Louosa sintió su sangre congelarse.

  Ella no había contado en su plan la llegada de esta señora, por lo que ciertas cosas se estaban comenzando a complicar.

  Se obligó a respirar, y pensar con calmar, sin dejarse aturdir por la desesperación y los nervios, y con la voz más amable que pudo dijo:

—No te preocupes por esos detalles, Jas. Tú... solo mantén la calma, ya terminé todo por aquí, y voy buscar como sacarlas, a todas. No pienses más en eso —susurró suavemente, su frente recostada en la pared de la cabina, sus párpados fuertemente cerrados—. Te voy a colgar, hablamos luego cuando estemos en un lugar más seguro.

  Sin esperar una respuesta, colgó la llamada, mirando con preocupación a las sombras que comenzaban a acercarse al lugar donde estaba. Y sin siquiera detenerse por un solo segundo, se cubrió el rostro con la capucha de su chaqueta, corrió en dirección a la iluminada carretera, lejos del camino a su casa y de las personas que se le acercaban, sin girar a contestar el teléfono que había vuelto a repicar.

  Y en el otro lado de la línea, en una calle abandonada cerca de la mansion D'Luca; estaba una mujer delgada, cubierta con un uniforme sucio y roto de empleada. Sus mejillas inflamadas, como si hubiera sido abofeteada hasta que la otra persona se cansara, e incluso aún un hilo de sangre caía por la comisura de sus labios luego de haberse mordido la lengua. Y sostenía con fuerza el teléfono fijo contra su oreja, haciendo que sus nudillos se volvieran blancos.

  Nadie estuvo esa vez para consolarla y sacarle sus lágrimas. Ya no era especial para nadie.

Mini teatro:

Bianca: Disculpe, señora Autora. Pero ¿Cuanto tiempo más nos vas a dejar en casa? Es que tengo mucho miedo, ya me quiero ir.

Autora:... Por favor no me pongas más presión, yo sola me hago lío con esto. (ToT)

  ¿Quién me dijo que escribir esta novela con mi estilo de brújula era una buena idea? Que venga y se pare frente a mi para pegarle con mi diálogo.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora