Capítulo Veintitre

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Corta la hierba de raíz; eliminala.

  Jasiel se miró al espejo, se encontró con su rostro demacrado; las mejillas golpeadas, sus labios resecos y un poco agrietados, sus ojos rojos con bolsas violetas debajo, incluso un poco de sangre quedaba en su comisura y en el borde de su fosa nasal.

  Y eso era solo su cara, porque lo que era toda la zona del torso y el pecho —el cual se encontraba completamente descubierto, ya que tenía la camisa de su pijama abierta—, tenía una variedad de moretones que diferían de tamaño, incluso había algunos que comenzaban a volverse verdes. No tenía la valentía para ver, pero estaba segura que toda su espalda estaba igual o peor que el frente.

  Desde que la abuela D'Luca la había visto haciendo su trabajo, se había encargado de que su vida en la mansión fuera una miseria. Dijo que era el remplazo de otra perra, pero que al igual que la primera se encargaría de desaparecerla. No importó lo mucho que rogara porque se detuviera o dijera no tener idea, a aquella anciana sus palabras no precian poder detenerla. Entonces, este estado tan deplorable se hizo rutina al finalizar su horario laboral.

  No tenía tiempo para curar su heridas.

  No tenía un lugar al que esconderse.

  Y ya ni la señora Melissa era alguien a quien pudiera buscar, porque esa mujer recibía el mismo trato, sino es que peor, que el de ella.

  Se limitó a verse en el espejo, su cuerpo levemente inclinado hacía al frente, sus dos manos apoyando todo su peso en el peinador. Sus ojos cafés vacíos de emoción miraron a la persona que estaba en el vidrio, midiendo cada detalle; de una manera muy imperceptible, su reflejo comenzó a sonreír, burla brillando en sus iris.

  Ya lo que le había prometido a Louisa estaba listo, no tenía porqué continuar ahí.

  Se dio la vuelta, colocando con mucho cuidado los botones de su camisa, como si nada de lo que había vivido hasta ese momento tuviera importancia para ella. Caminó hasta llegar a su pequeña cama de tubos, la cual estaba descubierta, y tenía un montón de papeles regados sobre ella.

  El contenido de cada una de ellas era distinta de la anterior, pero todas tenían algo en común: Eran los delitos fiscales que habían cometido la familia. Variaban, desde uno tan inofensivo como un recibo de agua el cual no habían pagado, a los más impactantes, como lo era fraude, lavado de dinero, y tráfico de armas.

  Ella sólo les dio una rápida mirada, sin molestarse en leer nada. Los recogió a todos de manera descuidada y los colocó en una carpeta marrón, la cual guardó en su viejo bolso, el cual estaba colgado en uno de los tubos de la cama.

  Viendo que había terminado, se sacudió el polvo de las manos con un trapo, el cual tiró después de usarlo encima de la mesa de noche a su lado. Se quedó de pie en medio del cuarto, viendo el reloj de pared que estaba justo arriba del marco de la puerta, las agujas marcaban quebrar pasaba más de las doce de la madrugada. Hizo una pequeña mueca con sus labios; todavía tenía que esperar unos momentos más antes de irse a encontrar con Melissa.

  Volvió a fijarse que todo estuviera en orden a su alrededor, y que ninguna sola de sus pertenencias quedara atrás por su descuido. Y viendo que todo lo que le pertenecía ya estaba guardado en el bolso, y lo que no quería o necesitaba lo había colocado en una bolsa de basura. Ya no tenía nada que hacer, y aún sobraba tiempo, por lo que simplemente volvió a sentarse frente a la peinadora, agarrando un cepillo para desenredar su rizada cabellera.

  Aún la sonrisa de suficiencia estaba en su cara.

  Cuando Louisa se enteró de las cosas que hacía con Melissa, no le dijo nada. Pensó que gritaria, la insultaria, o golpearía, pero no pasó y en su lugar le dijo “Entonces necesito que me hagas un favor”.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora