Capítulo Cero

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En aquella casa hay tres muñecas de porcelana

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En aquella casa hay tres muñecas de porcelana. Pequeñas, hermosas, y muy delicadas.

Una es una mujer, la otra es un misterio, y la otra es una cajita de sorpresas.

—¡Quiero dulces! —gritó con entusiasmo la niña de corta cabellera.

  A su lado, sentada en el césped del patio, mirando como la pequeña daba saltos de un pie a otro de forma impaciente, y sin dejar de ver la bolsa en sus manos, la nueva empleada se estaba burlando en su interior de las palabras de los demás.

  Cuando llegó a la casa muchos de sus compañeros le advirtieron sobre la pesadilla que se le avecinaba, sobre como era ella tan desafortunada como para quedar de niñera del trío de niñas del hogar. Llegó a pensar que sufriría en ese nuevo trabajo, e incluso dudó sobre si debía de buscar otro. Pero por el bien de su hermana, se quedó.

  Ese era su tercer día de trabajo, apenas estaba conviviendo con las pequeñas —ya que antes se la pasaban más en sus cuartos estudiando—, pero hasta donde había logrado ver, no había nada de que preocuparse, claro, sin mencionar a las dos mayores que suelen estar la mayoría del tiempo ignorandola. Supone que ellas solo están siendo tímidas porque ella es nueva, y no le tienen la suficiente confianza.

  Tamabía había comenzado a creer que los otros empleados eran un poco exagerados y extremistas.

—¡Quiero más dulces!

  La voz de la pequeña de seis años regresó a Louisa a su presente, y mirando con gracia a su diminuta acompañante, desechó todas las palabras de sus compañeras, y se dispuso a acariciar uno de los mechones rubios de la menor, la cual sonreía con entusiasmo ante los mimos que le daban, y con descuidada confianza se acercó hasta sentarse en sus piernas cubiertas por el pantalón.

  La niña hizo un puchero, suplicando con sus grandes y encantadores ojos marrones. Por un segundo la adulta resposable se vio afectada ante tanta ternura, pero era una mujer consciente, y sabía que aún estaba en etapa de prueba, por lo que no podía actuar de manera descuidada delante de sus nuevos jefes, e hizo por apartar a la niña de su regazo, mientras mostraba una sonrisa amable.

—Señorita Bianca, ya comió lo suficiente por hoy —dijo con voz suave, apartando un mechón de cabello que caía en su rostro—, ¿por qué no mejor sube a su cuarto a hacer sus tareas, como su hermana mayor?

  Quería razonar con la más pequeña, al igual que hacía con sus hermanos más menores, pero esta parecía no estar dispuesta a cumplir con lo que se le pedía, e incluso se le vio un poco molesta, ya que se apartó de su toque, y se lanzó al suelo, sentándose de golpe mientras abrazaba con demasiada fuerza el peluche con el que siempre andaba.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora