Capítulo Once

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¡Ya la repisa tiene una nueva adquisición!

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¡Ya la repisa tiene una nueva adquisición!

Justo al lado de las tres muñecas va a ir esta linda marioneta.

  Pausa.

  Digamos que esta es una pausa en la línea de tiempo de la historia. Ahora que ya has llegado hasta aquí mereces saber algo que el resto al parecer ha pasado por alto; regresemos un poco atrás, en el momento exacto en el que el collar quedó olvidado. Delante de la puerta del área de limpieza y en medio del pasillo. Obvio para los ojos de cualquiera que pasara, y justamente lo hizo él.

  El señor Giorgio D'Luca.

  Se había levantado por culpa de una pesadilla y no había logrado volver a dormir, no tenía interés en revisar los papeles pendientes de la oficina, y justo se le antojó por fumar un tabaco, pero como era muy temprano no quiso salir al patio, ya que seguramente el clima era frío y él todavía vestía su pijama. Tal vez fue el destino, pero el lugar al que caminó fue el área de limpieza, y de no ser porque se sentó en un pequeño mueble de madera que quedaba en la entrada, hubiera pasado por alto ese pequeño detalle; un collar de cuentas de madera.

  Por curiosidad lo agarró, preguntándose a cuál de las muchas muchachas de la servidumbre se le habría caído, pero tan pronto lo acercó a su rostro la expresión tranquila que tenía cambió a una de furia contenida, ya que una fragancia cítrica que él conocía se colo por su nariz.

  Trató de calmarse, dio un par de caladas a su tabaco, y pensó detenidamente sobre el objeto. Por mucho que quiso tranquilizarse, ya que sabía que enfurecer no ayudaría nada y solo nublaria su razón, no logró mucho.

  Él era quien le compraba todo a su mujer, conocía cada fragancia que usaba y cada accesorio que decoraba su peinador, ¿cómo no podría saber que en definitiva, este insulso collar no le pertenecía? Pero era imposible ignorar el aroma que estaba tan impregnado en el objeto, ya que era el olor al nuevo perfume que le había traído.

  Un sentimiento ya conocido se coló en todo su cuerpo, haciendo hervir su sangre por la cólera y los celos. Lo mejor que pudo contuvo las ganas de gritar mil maldiciones al cielo, en su lugar dejo escapar el humo que tenía contenido y guardó en uno de sus bolsillos la prenda.

  Siguió en su lugar sentado por largo rato, hasta que lo último del tabaco fue consumido, y fue solo en ese momento que se levantó, sacudiendo algunas cenizas que quedaban en sus anchos pantalones de pijama, y caminó hasta la sala. Por su camino vio a algunas cuantas empleadas que le saludaban con educación, y fue cuando detuvo a una para preguntar por su mujer.

—¿La señora? Se levantó hace poco, llamó a una muchacha para que fuera a arreglar el cuarto, y ella se fue a las cocinas a decirle a quien le toca esta semana que es lo que va a cocinar.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora