Capítulo Dieciocho

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¿Quién crees que eres para tratar de llevarte mis muñecas?

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¿Quién crees que eres para tratar de llevarte mis muñecas?

  Bianca abrazaba con fuerza su peluche, una pequeña sonrisa decorando sus labios mientras caminaba por el patio. Los empleados a su alrededor le lanzaban miradas curiosas, pero ella no se molestó por ello. Su ánimo era bueno, y nada lo cambiaría.

  Se detuvo en la orilla de la piscina. Miró con cuidado su reflejo ondulante. Una idea pasó por su mente, y sin dudar ni un solo segundo, se apuró a dejar a un lado su compañero felpudo; se quitó sus pequeñas zapatillas negras y medias de encaje, para luego sentarse y dejar caer sus pies en el agua, jugueteando con ella mientras se le escapaban de los labios pequeñas risas.

  Fuera mejor si sus hermanas o Louisa estuvieran con ella, pensó de forma breve la niña. Pero rápidamente descartó la idea. Sus hermanas necesitaban ir si o si a la escuela para hacer lo que dijeron, y su niñera seguramente estaba siendo regañada por su madre, por lo que era mejor evitarle más problemas.

  Volviendo a agarrar su oso, miró en dirección a la casa, desde donde estaba no podía ver nada, pero estaba segura que adentro, tanto empleados como sus padres estaban en caída a la locura. Sin mucho cambio en su estado de ánimo giró su rostro otra vez a sus pies.

  Si, Lou dijo que no importaba qué pasara el día de hoy, ellas al fin irían a un lugar seguro.

  Aún la conversación que tuvieron estaba reproduciéndose en su pequeña cabeza, como si de una película se tratara.

“—¡No quiero que te vayas! ¡La sombra nos va a hacer más daño si no estás! —había gritado con miedo, lágrimas recorriendo sus mejillas.

  Nos va a dejar, Lou también nos abandona. Era lo único en que podía pensar, llena de pánico y horror.

—Mi niña, no digas eso, por favor, déjame te lo explico —susurró tiernamente su niñera, agarrandola con cuidado, mientras la envolvía en sus brazos.

  Sin contenerse ni un poco escondido su rostro en el cuello de Louisa, llorando amargamente, sintiendo como esta le daba suaves palmaditas en la espalda.

—¿Entonces por qué dices que te vas...? —preguntó con voz temblorosa y amortiguada”.

  La voz suave susurrando aquella promesa aún lograba traerle paz.

  Ella sabía que, aunque Louisa muy probablemente sería despedida hoy, aún podía contar con ella.

—Señor Rigoberto, ¿crees que papá enloquezaca ahora?

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora