Capítulo sin número

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La cuerda rota de la marioneta.

  Cuando ella vio a aquel hombre de cara roja y sudorosa detener los golpes, mientras agrandaba los ojos hasta el punto de parecer que se le saldrían, y jadeaba como perro mientras su cuerpo caía de rodillas al piso, supo que era lo que le esperaba.

  Un escalofrio recorrió su espalda, mientras miraba desde el suelo como el hombre se retorcía del dolor; pero muy lejos de sentir simpatía o compasión por su sufrimiento, estuvo rogando porque el doctor al que la anciana llamó se tardará y así se muriera de una vez por todas el señor D'Luca.

  Pero su súplica fue ignorada, y pronto se quedó completamente sola.

  Está acabada.

  Si antes de cometer ese error ya su vida era un infierno, no quería imaginar lo que le haría cuando volviera.

  Se sentía ahogada, no tenía a quien buscar o a donde huir.

  Estaba sin escape.

—... No, sí hay uno —susurró para sí misma.

  Sentada en su cama de colchas de algodón rojo, con un pijama raído, la cara demacrada por las ojeras y los hematomas, sosteniendo un espejo de mano con un marco finamente decorado, pensó en que tal vez no tenía que seguir soportando.

  Y a la vez que eso pasaba por su cabeza, se pudo escuchar el golpe del vidrio al romperse.

  ¿Qué la hacía seguir aguantando a Giorgio? Ella nunca lo amo. Es más, su resentimiento por él es casi tanto como el que siente por la anciana; la mujer que acabo con la vida de su amante, y llevó a la quiebra a su familia para que tuvieran que ceder a los caprichos de su hijo.

  Entonces, ¿por qué siguió a su lado por tanto tiempo? Resignación. Un poco de codicia. Y mucho miedo.

  Al principio, cuando Giorgio la conoció, ella era una joven de solo dieciseis años, hija pequeña de una gran familia, aunque mujer, fue adorada y mimada por lo que era bastante arrogante. Y de nadie haberse involucrado, su familia no la hubiera obligado a casarse, y de hacerlo, le hubieran buscado algún joven de carácter débil para que nunca se atreviera a tocarla.

  Pero fue lamentable, él se obsesionó desde la primera vez que la vio, y nunca le dio oportunidad de alejarlo.

  Descubrió su deseo prohibido cuando la encontró besándose a escondidas con su sirvienta, Alicia Romero. Y aunque le grito de asquerosa y enferma, no dejó de perseguirla diciendo que eso era lo correcto, que él la ayudaría y la llevaría por el buen camino. Y que con el tiempo aprendería a amarlo.

  Lo perdió todo por su deseo de tenerla, de humillarla. De "curarla".

  A la edad de dieciocho se formalizó una boda; cuando ya su familia no tenía ni una sola salida y su apellido había perdido su grandeza pasada. Y él, con treinta y ocho, la forzó a consumar el matrimonio, repitiendole que siempre obtenía lo que se proponía, y que desde ese momento le pertenecía, y nunca podría escapar de la palma de su mano.

  Pero ella era joven, la rebeldía corría por su sangre, e incluso si pensaba muy en el fondo que lo que él decía sobre sus gustos era cierto, una cosa era eso y otra el que la rebajara de esa manera.

  Pero la realidad fue distinta, ese hombre ya tenía el suficiente poder. No pudo llegar muy lejos ninguna de esas veces, y en su lugar, cada vez que volvía a la casa le esperaba los golpes del hombre, y la tortura inhumana de la anciana.

  Y un día, simplemente se cansó de tratar de escapar, aceptó su vida de esa manera, e incluso se repetía una y otra vez que tal vez era lo mejor estar a su lado: Sin su familia apoyandola, la única manera para seguir con su estilo de vida lujoso y digno, era siendo suya.

—D...uele... —jadeo con la voz entrecortada, apretando con fuerza los dientes para evitar soltar un jadeo de dolor.

  Catorce años.

  Ese es el tiempo que ha estado casada con ese hombre, acompañandolo a jugar a la casita de muñecas perfectas. Soportando sus constantes golpes y abusos. Viviendo en ese infierno.

  Pero en ese momento le daría fin a su tortura.

  ¿Qué pasará con sus hijas?

  Mientras sentía su cuerpo entumecerse, con el dolor nublando su razonamiento, dejando que su brazo cayera a un lado y colgara de la cama, haciendo que un pequeño charco se formara y cubriera la alfombra, no pudo evitar burlarse de sí misma.

  ¿Qué hacía pensando en otros, preocupándose, cuando es obvio que no puede hacer nada para ayudar?

  Además, seguramente ellas estarán bien. Vivirán en el lujo, herederas de una fortuna, y por llevar la sangre D'Luca, la anciana se encargará de que lleven una buena educación, y seguro le tendrán un matrimonio envidiable.

  Solo tenían que esperar un poco. Sí. Ella no necesita involucrarse.

—No me... necesitan... —murmuró para sí misma, con la voz lenta y arrastrando las palabras.

  Cerrando los ojos, sintiendo que su conciencia comenzaba a oscurecerse e incluso su alrededor se distorsiona de manera extraña, soltó un suspiro de alivio cuando todo dejó de doler.

  Ella, Melissa Rinaldi, al fin podría ser libre del demonio apellidado D'Luca.

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Todavía faltan capítulos, pero no termina de gustarme el último capítulo así que veré si antes del 31 lo publico. (°~°)

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora