Capítulo Veintiseis

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Las muñecas se arreglan con un poco de costura.

  Ellas seguían siendo niñas ingenuas a pesar de todo. No importa que tanto se esforzarán por actuar de forma madura, o dijeran que ya estaban acostumbradas a vivir esa vida tan deprimente, la realidad era que siempre habían estado impacientes por que alguien notara lo que vivían y les salvara.

  Ya fuera la pequeña Bianca, la lúgubre Anthonella, o la prepotente Andrea. Las tres tenían muy en el fondo aquel sueño donde un héroe llegaba y las rescataba de la sombra que las perseguía. Tal vez dos de ellas se negaron a fantasear más de lo debido, por miedo a que nunca sucediera lo que esperaban, pero existía aquella esperanza.

  Por eso, tan pronto su padre enloqueció por la ira hasta el punto de provocarse un infarto y desmayarse, ninguna de ellas pudo reaccionar de inmediato. No fue hasta el amanecer del día siguiente, donde nadie fue a despertarlas, y la casa parecía estar hundida en el silencio, que todo lo que sucedió comenzó a parecer real.

  No estaban soñando, en realidad su padre estaba a punto de ser atrapado.

  A pesar de la felicidad que casi hacía explotar sus corazones, guardaron para sí mismas sus pensamientos, y se limitaron a seguir su rutina al pie de la letra a pesar de que no había nadie para vigilarlas: Incluso arreglando sus cuartos, de manera torpe, pero a falta de ayuda se las arreglaron como más les gustó.

  También aprovecharon de vestirse con sus ropas más bonitas, y haciéndose unos arreglos en el cabello. Hasta Anthonella que era bastante indiferente a todo, sonrió frente a su reflejo al ver su corto cabello negro recogido en dos coletas, con una linda cinta roja decorandolo.

  No sabían que pasó luego de que a su padre lo llevaran en una ambulancia al hospital de emergencia, y que su abuela fuera junto a él para que así "Melissa se pudiera quedar con las niñas". Pero viendo como la casa estaba desolada, y a excepción del ruido que ellas mismas hacían al buscar, no se escuchaba ninguna otra persona, podían imaginar que los problemas que madre e hijo se encontraron no eran tan simples, y ahora estaban en un callejón sin salida.

  Y los leales empleados, en vista de que la situación no era buena ¿qué hicieron? No se necesitaba pensarlo mucho, lo más seguro es que la mayoría —si no es que todos—, ya habían huido para no estar involucrados en la suciedad de mansión y su familia.

  Fueron bastante precavidos.

—¿Y mamá?

  Bianca movía tranquilamente sus pies en la mesa de la cocina y abrazaba a su peluche, había sido sentada ahí por su hermana mayor mientras esta preparaba el cereal y hacía un poquito de avena. Aunque preguntó, no estaba tan preocupada por ese asunto. Solo le parecía curioso que la mujer no hubiera bajado o estuviera deambulando como un fantasma por los pasillos.

  Las otras dos niñas también se habían preguntado lo mismo.

  Cuando todo sucedió, a la abuela no le pareció correcto que los de afuera vieran a la impecable esposa de su hijo con golpes y casi coja, así que en el tiempo en que tardó en llegar la ambulancia y mientras los empleados se encargaban de que el señor estuviera bien, se aseguró de dar unas cuantas instrucciones a todos hasta su regreso, y a ellas las mandó a dormir para que no se preocuparan por nada.

  Habían pensado que su madre debería de estar en algún lugar de la mansión escondida, si no es que también se había escapado aprovechando el desorden causado por la fuga de la servidumbre.

  Pero por alguna razón, siempre sentían que la mujer no haría algo tan simple como esconderse o huir. De haber podido irse, ¿por qué no lo hizo antes? Incluso si estaba aprovechando el desastre, no había manera de que llegara muy lejos y solo viviría a la espera de ser atrapada. Y no estaba oculta, porque ellas ya habían recorrido todo y no la encontraron.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora