Capítulo Diecinueve

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Ocho, nueve, diez, ¡escondidas o no, ahí voy!

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Ocho, nueve, diez, ¡escondidas o no, ahí voy!

  Sentada en un rincón de su cuarto, con las piernas acurrucadas en su pecho y su rostro escondido entre sus rodillas, Andrea trataba de detener sus sollozos. Se repetía en su mente "es solo una pesadilla, todo es un muy mal sueño, pronto voy a despertar", obligándose a calmar su desordenada respiración.

  El dolor de su cuerpo hacía que pequeños quejidos de dolor se escaparan de sus labios, pero no se atrevió a hacer más ruido que ese por temor.

  Haber pasado esos meses con Louisa cuidándola, evitando que sufriera daño e incluso velando por su sueño le ha hecho daño, ahora no es tan fuerte como antes y todo vuelve a dolerle.

  Es débil otra vez, y hasta esta mínima tortura pueda destrozarla.

—Es solo un sueño, uno que terminará pronto —se vuelve a repetir con voz ahogada y temblorosa—, aguanta, debes de soportar un poco más y ya luego podremos descansar.

  "Lou nos lo prometió".

  Sí, la niñera lo hizo.

  Ella les dijo que incluso sí tenía que correr los riesgos que fuera, conseguiría sacarlas. Y esta vez, Andrea ha decidido creer.

  Su última esperanza es Louisa, y si ella tampoco cumple su palabra...

  La mirada de la adolescente se pierde, desenfocada en algún lugar del suelo. Sus pensamientos desconocidos, pero los ojos vidriosos y de aspecto vacío que muestra, si alguien pudiera verla en ese momento de la madrugada, sentiría un escalofrío recorrer su espalda: Ya que era idéntico a los ojos de un cadáver.

  Carente de esperanza, voluntad, y vitalidad.

—Sé que están afuera de la puerta, pasen, él se fue hace rato —habló con voz desganada al vacío, aún sin levantar la mirada.

  Y en unos pocos segundos, luego de escuchar el seguro de la puerta al cerrar, dos pares de pies chiquitos se colocaron en su línea de visión. Bianca y Anthonella no dijeron nada al pasar, solo colocándose cada una a su lado, la más pequeña acariciando su largo cabello, la otra solo viendo sus manos sin reaccionar.

  Sí, ellas tenían mucho rato esperando. También habían escuchado todo.

  Nadie dijo nada. No se hicieron preguntas innecesarias, ni siquiera Bianca se atrevió a hablar. Como si fuera algo ya acordado, solo se sentaron en el suelo, haciéndose compañía, escuchando sus respiraciones.

  Pero la realidad, es que las tres tenían muchas preguntas que hacer, pero que sabían ahora no había quien estuviera dispuesto a responder: ¿Qué tanto tendrían que esperar? ¿A qué se refería Lou cuando dijo que buscaría ayuda? ¿Por qué no pudo quedarse? Cómo esas muchas más, pero lo único a lo que ninguna se atrevió a cuestionar, fue la lealtad de la exempleada.

  Y no fue porque estuvieran seguras, sino que pensar mucho en ello las haría sentir sofocadas, a parte de que perderían su última esperanza.

  Preferían no pensarlo en absoluto y solo esperar.

—Un sueño... —susurró distraídamente Anthonella, con los ojitos somnolientos llenos de lágrimas mientras soltaba un bostezo.

  No hubo ni una otra palabra de respuesta, porque las otras dos ya estaban dormidas, con sus respiraciones tranquilas y lentas, y Nella poco después se les unió, acomodándo su cabeza en el hombro de su hermana. Cayendo en un sueño un poco superficial.

  Pero si la niña hubiera terminado de decir lo que quería, seguramente no hubieran podido detener los pensamientos abusivos, lo cual no les hubiera permitido dormir con tranquilidad.

  ¿Un sueño? ¿Qué fue exactamente el sueño?

  ¿Fue la vida de tortura y dolor constante, desde que tenían uso de razón? ¿El desplante, que las ignoraran, los abusos?

  ¿O lo fue la breve brisa que les llevó un momento de paz?

  En su vida, ¿qué fue lo verdadero y qué es lo que parece falso?

  ¿Hay tal cosa como despertar y poder ser felices? Es más probable que tanto sufrimiento haya causado una alucinación para dar una momentánea paz.

  Pero da igual lo que sea que haya pensado la niña, lo importante es que no dijo nada, y para la mañana siguiente cuando despertaran ya no se acordaría de las palabras que pensó en medio de su somnolencia.

  Era mejor así, sin ninguna cuestionar nada, solo esperando despertar, o no despertar nunca. Lo que fuera mejor.

  Esa noche se quedaron dormidas en el suelo, cada una encima de la otra, como unas muñecas de trapo viejas. Andrea en el medio, con Anthonella recostada en su hombro, y la pequeña Bianca con su cabeza en sus piernas.

  Ninguna tuvo un buen descanso, toda su noche estuvo llena de pesadillas; desde sombras escurridizas que las perseguían, hasta luces que se apagaban de golpe, dejándolas en completa oscuridad.

  Nadie fue a buscarlas al cuarto hasta las doce del medio día, cuando el cuerpo de una mujer entró con un gran escándalo a la mansión.

El caso de las niñas D'LucaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora