7. La Mansión Hale

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– ¡Talia! ¡¿Dónde estás?! ¡Talia! – gritaba Meghara. El aroma de su hija la había llevado hasta una cueva del bosque, dónde el olor a la menor se intensificaba a cada paso que la rubia daba en el interior del lugar.

Las paredes hacían eco en la voz de la alfa, la cual utilizaba su visión infrarroja para intentar ver algo. Caminaba lenta y cuidadosamente por los pasadizos de la cueva, observando todo. Las paredes eran de un color grisáceo y tenían distintas y extrañas marcas, el lugar era frío y el suelo estaba lleno de hojas secas de árbol, seguramente habían llegado allí por el viento.

Finalmente la loba llegó al final de la cueva, encontrándose con una figura masculina de espaldas a ella. La figura se hallaba arrodillada en el suelo mientras sostenía algo en su mano izquierda.

– Sé que estás ahí, no hace falta disimular – dijo la figura. Meghara rodó los ojos y dejó de hacerlos brillar al notar que se trataba de Derek, rápidamente se dio la vuelta para salir de la cueva.

El beta se puso de pié nuevamente y se giró para encarar a la alfa, enseñándole lo que tenía en mano.

– ¿Es parte de la muñeca? – preguntó mientras le enseñaba una pequeña lanza de juguete. La rubia se detuvo en su lugar y dió la vuelta para tomar rápidamente la lanza de las manos del hombre, temblando al rosar su mano, y la colocó junto a la muñeca. Efectivamente, esa lanza era parte de la muñeca Atenea y la rubia no había notado su ausencia.

– Sí – contestó sorprendida. Si la lanza estaba ahí, entonces estaban cerca de Talia.

Derek suspiró y se rascó nerviosamente la nuca. No sabía que hacer ahora ni como decirlo, así que prefirió ser lo más directo posible – No es lo único que encontré.

El lobo guió a la griega hasta una pared, pidiéndole que hiciera brillar sus ojos nuevamente. Una vez que la rubia hizo lo pedido, logró visualizar varias manchas de color negro en la pared.

Sangre.

Skatá, skatá ¡Skatá! (Mierda, mierda ¡Mierda!) – gritó frustrada la rubia, llevándose las manos a la cabeza y tirando de sus cabellos. Si la sangre era negra, significaba que Talia había sido envenenada con wolfsbane, y no era una experienciamuy linda.

Derek se acercó a ella y quitó con cuidado las manos de la rubia de su cabellera para dirigirlas hacia la sangre - Están secas, así que esto es viejo.

El intento del lobo de calmar a la mujer sólo consiguió alarmarla más, provocando que ella abriera sus ojos alarmada y saliera corriendo por los pasadizos de la cueva desesperada ñara buscar a su hija.

No, ella no podía morir. Aún era muy pequeña y no había vivido los suficiente como para morir. No era justo.

Los ojos de la alfa se humedecieron a medida que se acercaba a la salida de la cueva, y una vez que estuvo afuera, decidió correr hacia una dirección aleatoria, convencida de que Talia estaría allí. Necesitaba creer que la encontraría.

La desesperación de una madre es algo inigualable que no se puede describir. Es como una sensación de que tu mundo se acabaría si no estuvieras junto a tu hijo. Pues precisamente algo así era lo que sentía Meghara.

Sin embargo, en plena carrera, dos grandes manos se posaron en su cintura y le impidieron seguir corriendo. Ella sintió como su espalda fue pegada a un fuerte pecho y como las manos aplicaban fuerza para que no se moviera.

– Shh... cálmate – susurraba Derek en el oído de la mujer – La encontraremos.

Pero la loba no lo escuchaba, se sentía mal por toda la situación. Tenía frío, hambre, estaba agotada, sentía miedo y desesperación, estaba herida y sucia y la opresión de su pecho volvía a aparecer. Ver la sangre junto a una parte de la muñeca de Talia había logrado que su corazón se rompiera.

Made In Greece || Derek HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora