02

2.6K 242 44
                                    


Por más que intento, en mi mente no aparece la forma más adecuada para contarle a mi tía, sobre la muerte de mi padre. Es imposible dar ese tipo de noticias de una manera fácil.

Ella se ve tan feliz, que no necesita un motivo que arruine esa sonrisa tan extraordinaria, que tiene en su rostro. Hasta para lavar los trastes está sonriendo y vaya que eso es contradictorio.

—Ha sido todo por hoy —indica retirándose el delantal para colgarlo en una especie de perchero improvisado—; ahora sí, podemos ir a casa.

Camino hacia la puerta y ella me sigue los pasos, de cerca. El cielo comienza a oscurecer y, a pesar de que la noche se avecina, el calor no disminuye en nada.

—¿No te cansas?

—¿De mi trabajo? —pregunta al cerrar la puerta con llave.

—De estar tan feliz siempre —especifico el motivo de mi pregunta.

Por primera vez, escucho su risa y es increíble lo armoniosa que se escucha. De verdad, es imposible no destacar esa gran cualidad en ella.

—¿Te parece que luzco feliz? —su sonrisa se agranda haciendo innecesaria mi respuesta— No me quejo; tengo una vida tranquila, me gusta lo que hago y siento que no ambiciono nada más.

—Suena sencillo ser tú.

Me guiña un ojo y su vista se concentra en el empedrado de la calle mientras avanzamos, sin prisas, hasta su casa.

—Y dime, ¿qué tal estuvo tu viaje?

—Bastante caluroso —me quejo inmediatamente— y, sobre todo, largo.

—Deberías saber que aquí, siempre hace calor —menciona riéndose de mí—. A veces, más de lo que desearíamos.

—Entonces, tampoco te gusta.

—Me he acostumbrado —se escucha convencida—, después de tantos años.

Cuando llegamos a su casa, la misma señora que habló conmigo, se encuentra del otro lado de la calle, regando algunas de sus macetas que están sobre la banqueta; ellas se saludan amablemente e incluso, a mí también me sonríe.

—Interesantes vecinos —digo al entrar a la casa—; esa señora me veía raro cuando llegué y ahora me sonríe.

—Es lógico, no sabía quién eras —explica—. Yo no te reconocía cuando entraste a la cocina.

—Es raro, ¿no? —pregunto pensativa— Somos familia y yo ni siquiera conocía tu rostro; supe que eras mi tía, en cuanto vi tus ojos.

—No me digas "tía" —pide amablemente—, porque me haces sentir como si fuera toda una señora y sigo siendo muy joven. Puedes llamarme por mi nombre.

—De acuerdo, Fer.

—Entonces, ¿Manuel sabe que volviste? —retoma la pregunta que hizo hace rato— Me extraña que estés aquí.

—Sobre eso...

—¿Quieres una cerveza para el calor? —me interrumpe abanicando su cuello con su mano.

—Tal vez. —Tomo su mano para evitar que se dirija a la cocina. —Antes, necesito decirte algo importante.

Me guía hacia la mesa y nos sentamos en un extremo; sin necesidad de decir nada más, su atención se centra por completo en mí y su mirada queda a la expectativa de mis palabras.

—¿Qué ocurre?

—No sé cómo empezar.

—Por el principio —bromea.

Ardiente tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora