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Flashback

—Date prisa Fernanda —la voz de Dolores llega a sus oídos desde el fondo de la cocina—. A partir de hoy, Las Cazuelas, va a prosperar con las entregas a domicilio, ya verás.

Fernanda le regala una sonrisa encantadora, a la mujer que ha sido como su madre desde que sus padres murieron y la abraza fuertemente antes de salir de casa. Su relación mejora día con día y están seguras de que, juntas, hacen un gran equipo.

—Sabes que me encanta apoyar tus ideas —le responde con gran ánimo— y será un placer ayudarte con ello.

—Lo sé mi niña —acepta complacida—. Aunque, me quedo más tranquila cuando me ayudas en la cocina, se me hace menos pesado y, además, la gente adora tu sazón y siempre agradecen tu esmero.

—Algún día, yo me haré cargo de todo y tú podrás descansar. —Fernanda suspira ilusionada. —Ya lo verás Dolores. Mientras tanto, se vale soñar.

En su primer día de entregas, Fernanda no sabe por qué se encuentra tan nerviosa, pero su pulso se acelera al acercarse, por fin, a la hacienda Lagarde. Ésta siempre ha sido una construcción emblemática para el pueblo, pero lo que tiene de impresionante, lo tiene de enigmático. Nadie sabe qué hay dentro; nadie sabe cómo son las personas que ayudan al sustento de todos.

Fernanda se toma un respiro para controlarse, antes de continuar avanzando por los terrenos irregulares y ásperos que forman parte del camino al cerro.

Cuando se encuentra fuera de la hacienda, duda un segundo entre tocar y esperar a alguien para entregar la comida, o dejar el paquete sobre el tapete de la entrada e irse de ahí después de llamar a la puerta. Su indecisión hace que pase algún tiempo divagando entre la opción correcta y, antes de que pueda elegir, la puerta se abre dejando al descubierto a una joven bastante amable y sonriente.

La sonrisa de Fernanda se ilumina al ver la alegría que irradia la mujer y sus nervios desaparecen justo cuando escucha su melodiosa voz.

—Hola...

—Mi nombre es Fernanda y trabajo para Las Cazuelas —se presenta efusivamente—. Le traigo su pedido de comida.

—Muchas gracias Fernanda; encantada de conocerte. —La mujer toma la bolsa y sonríe nuevamente—. Eres muy amable, mi nombre es Amira. Dile a Dolores que los pedidos serán regulares, de ahora en adelante, y para dos personas.

—Con mucho gusto —responde genuinamente—. Tiene una casa muy bonita, señorita Amira.

Su vista se desvía, por fin, alejándose de la joven y recorriendo con la mirada cada detalle del empedrado de la hacienda y de sus paredes tan rústicas.

—Gracias.

Ambas se despiden con una ligera inclinación de cabeza y Amira cierra la puerta lentamente, aún sonriente. A pesar de todo, Fernanda está feliz por haber superado el primer día sin ningún inconveniente.


~ * ~ * ~ * ~


—Fernanda —Dolores la llama con voz firme—, bebe un poco de agua antes de irte; otra vez estás muy roja por culpa del calor que está haciendo.

—No tengo la culpa de que mi piel sea muy sensible; el sol me hace daño.

—Sea lo que sea, hidrátate —la regaña—. No quiero que padezcas durante el camino.

Fernanda sonríe ante la preocupación de Dolores y obedece sus indicaciones, como cada vez que sale a sus entregas. Ya lleva unas cuantas semanas y cada día se convence más de que, su momento favorito es cuando entrega el pedido de la hacienda.

Ardiente tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora