Odio el hecho de dormir y despertar como si no hubiera pegado el ojo en toda la noche. Ni para descansar puedo hacer las cosas bien.
El horrible e intenso calor, no me dejó dormir como debería y eso, combinado con mi cansancio extremo, me tiene como muñeca de trapo, esperando a ver en qué momento se rompe mi cuerpo.
—Amelia —Fernanda me llama—, ¿me ayudas con la limpieza de la cocina?
—Voy —respondo intentando no gritar.
El día de hoy, decidí concentrarme en ayudarla, así que obedezco a su orden y tomo un paño para comenzar a limpiar la estufa.
—Si lo haces con más flojera, la estufa terminará por quedar llena de cochambre —se burla de mi ánimo nulo.
—Lo siento, ya me cansé —me quejo—; hoy ha sido un día muy largo.
—Mejor dicho, tu noche fue muy corta.
La volteo a ver con cara de pocos amigos y ella solo se ríe; al parecer la molestia que tenía ya ha pasado y ahora se esfuerza por burlarse de mi poco sueño y mi cansancio.
—El calor también es culpable —me justifico—; debemos arreglar las ventanas porque es horrible no poder abrirlas durante la noche.
—Tengo los mosquiteros, solo es cuestión de colocarlos. Si te parece, podemos hacerlo esta tarde —sugiere.
—Haberlo dicho antes.
Nos reímos y cada quien continúa en sus labores, concentrándonos en lo que nos corresponde. Nuestro entorno tranquilo se ve interrumpido, cuando Edgar regresa de hacer sus entregas. El pobre está tan rojo de las mejillas, que Fernanda le acerca un vaso de agua fresca para evitar que le dé un golpe de calor.
—Gracias —responde después de beberlo de un solo golpe—. Amelia, las primas Lagarde te mandan decir que te esperan por la tarde.
No puedo evitar reírme en el momento en el que las llama primas.
—¿Así te dijeron? —pregunto extrañada y un poco ansiosa.
—Sí, sólo eso, que te esperan.
—Gracias por el recado —le sonrío.
La mirada de Fernanda se posa sobre mí y siento que el brillo que habían recuperado sus ojos, se ha opacado un poco tras escuchar las palabras de Edgar. Entonces recuerdo que ya he quedado con ella para arreglar lo de los mosquiteros.
—Tranquila —menciono atrayendo su atención—. La hacienda puede esperar —veo que su sonrisa vuelve a aparecer—, y mi buen dormir es primero —bromeo.
—Solo por eso lo dices —niega riendo.
El resto de la tarde pasa tranquilo; me gusta que los ánimos con Fernanda hayan cambiado, así convivimos tranquilas y me convenzo que, es mil veces mejor tener presente su sonrisa a una mirada de desapruebo.
Durante nuestro camino a casa no dejamos de platicar de tonterías y quejarnos por el feo clima, pero, a pesar de ello, no puedo evitar sentirme incomoda por haber decidido no ir a la hacienda.
No estoy haciendo nada malo, ¿o sí?
—¿Ahora qué quieren estos vagos? —exclama Fernanda en susurros.
Levanto la vista y veo que el club de los idiotas se acerca a nosotras. Tiene razón en llamarlos vagos, pues nunca están haciendo algo productivo.
—Hola Amelia —saluda Caro muy sonriente.
Levanto mi mano como único saludo y continúo caminando con la esperanza que de que se alejen y nos dejen en paz.
—¿Cómo estás? —insiste Lucy a pesar de que intento pasar de largo.
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Ardiente tentación
Mystery / Thriller¿Alguna vez has sentido que odias un lugar, pero, por más que quieres, no logras salir de ahí? Amelia regresa al pueblo que la vio nacer y, a pesar de todos los contras que esto implica, comienza a familiarizarse con el lugar; un sitio en el que tod...