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Los días avanzan y el brillo de los ojos de Fernanda no parece volver. Comprendo que necesita tiempo, pero daría lo que fuera por verla feliz una vez más.

Me he encargado de todo en Las Cazuelas y hasta he leído libros de cocina, algo antiguos, con tal de cocinar un poco mejor y darle tiempo a Fernanda para que sus ánimos vuelvan. Mientras tanto, ella solo ayuda en cosas básicas, como picar la verdura, limpiar las legumbres y tareas que la mantengan entretenida, pero sin hacer un mayor esfuerzo.

Es tan necia que no ha ido con las Lagarde más que una vez, a pesar de que se le ve un poco más cansada de lo normal. No sé si es su corazón o si es la pena que aun lleva en el alma, pero sus ojeras son notorias y su rostro ha perdido esa luz tan especial.

—Aquí está el dinero de hoy —menciona Edgar entregando un paquete con monedas y billetes a Fernanda.

—Gracias Edgar, ¿todo bien?

—Sí, como siempre, todos te mandan saludos. —Coloca su mano sobre el hombro de Fernanda, apretando un poco y sonriendo. —Echan de menos tu sazón, pero no se quejan de Amelia, al contrario.

—Hasta que por fin hace algo bueno ¿verdad? —intenta bromear señalándome con la mirada.

—Los estoy escuchando, eh —me defiendo—. No me molesten o Edgar será el encargado de cocinar a partir de mañana, aunque medio pueblo se enferme.

—¿Y yo por qué? —se queja asombrado.

—Dejen de pelear como unos niños —Fernanda detiene cualquier discusión boba—. Mañana volveré a cocinar yo. Creo que necesito sentirme útil nuevamente.

—Pero Fer...

—Estoy bien Amelia y estaré mejor si me cuido como lo había estado haciendo. Esta noche será.

Edgar no comprende el mensaje oculto, pero yo sé que ella se refiere al ir a la hacienda.

—Solo quiero que estés bien.

—Lo estaré.

—Am... —Edgar duda un poco antes de hablar y sabemos que, una vez más, trae un recado no deseado, como todos estos últimos días— Nuevamente las Lagarde dicen que te esperan Amelia —menciona incómodo.

El pobre de Edgar ya debe estar cansado de diario inventarles una excusa sobre mi ausencia y de asegurarles que el recado ha llegado a mis oídos, eximiéndose de toda culpa.

—Gracias Ed, pero una vez más no pienso...

—Vas a ir —concluye Fernanda—. Gracias Edgar. —Voltea a verlo y amablemente le señala la salida. —Amelia y yo limpiaremos. Puedes irte a casa.

—Si quieren puedo ayudar; no tengo problema.

—No es necesario, muchas gracias.

Edgar sale sin rechistar y nuevamente siento la mirada acusatoria de Fernanda sobre mí.

—¿Por qué quieres que vaya?

—Porque tienes razón Amelia; yo necesito ir por mi bien y por mi salud, pero es obvio que se encuentran molestas por tu ausencia.

—Sabes que ya no deseo que nada pase entre ellas y yo.

—Y yo confío en ti —me asegura bastante confiada—; puedes ir como la vez pasada, solo un momento. De cualquier manera, en la noche iré yo y no creo que deseen mantenerte ahí.

—Yo no estaría tan segura, pero no quiero que te nieguen sus atenciones y, por ti, estoy dispuesta.

Continuamos haciendo la limpieza en silencio, hasta que Fernanda se dispone a cerrar y no hay necesidad de despedirnos, ni de advertencias verbales, pues sabemos que esta vez es necesaria mi visita a la hacienda, pero también le he dejado en claro que busco cambiar por ella. Por nosotras.

Ardiente tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora