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Hay veces que nuestro instinto de supervivencia se activa y nos hace salir corriendo para alejarnos del peligro; lamentablemente, nuestra mente se bloquea por un instante y se resguarda para el después.

En conclusión: no sé cómo llegué a casa.

Cuando me di cuenta, ya estaba a punto de entrar, pero me arrepentí y esperé a que Fernanda saliera para que no me viera en estas condiciones tan deplorables. Si bien la oscuridad de la noche atenúa un poco mi piel, de cerca se aprecia cada marca.

El agua me limpia los restos de la sangre seca que provocaron las esposas y grilletes, pero yo aún me siento sucia. Ya perdí la cuenta de cuánto tiempo llevo envuelta en esta toalla, después de haber tomado ese baño, pero mi cuerpo, e incluso mi cabello, ya se encuentran totalmente secos.

¿En qué momento dejé que todo eso pasara?

Me maldigo una y mil veces por haber sido tan tonta.

Estoy decepcionada y molesta conmigo misma por dejarme envolver en todos esos juegos que desde el inicio apuntaban a que iban a terminar mal.

¿A qué estaba jugando? Ahora mi tontería, ya puso en riesgo a Fernanda y no me lo puedo permitir.

Despierto con el sonido de los cantos de los pájaros que nunca me permiten dormir más allá del amanecer y salgo de mi habitación, vistiendo una bata que apenas y cubre mi ropa interior.

Es tan temprano que no creo que Fernanda ya haya regresado, pero veo que me equivoco cuando me la encuentro en la cocina bebiendo una gran taza de café.

Me alegro al notar que hoy se ve mucho mejor; su rostro ha recuperado el color y brillo de siempre y su mirada esconde la tristeza de una mejor manera.

—Buenos días —saluda sonriente pero su alegría se esfuma al notar mi aspecto—. ¿Qué te pasó?

Deja su taza de café sobre la mesa y corre hacia mí para poder analizarme más de cerca. No resisto que sus ojos descubran cada marca y me quiebro ante ella dejando que mis lágrimas salgan sin freno.

Sus manos tocan mis muñecas y pasa sus dedos sobre las marcas que dejaron las diminutas ajugas sobre mi piel enrojecida e inflamada. Intenta buscar alguna otra seña en mi rostro, pero no la hay, así que desciende su mirada limitándose a no abrir la bata que traigo, pero sus ojos siguen un recorrido hasta mis piernas y al llegar a mis tobillos, se sobresalta al notar algunos moretones en formación.

—Amelia... —susurra preocupada y se limita a darme un fuerte abrazo, pero cuando sus brazos me rodean y toca mi espalda, no puedo evitar soltar un quejido de dolor.

—Lo siento —digo separándome del abrazo.

—¿Qué te hicieron Amelia? —el rostro de Fernanda pasa de pena a coraje en un microsegundo— Dime.

—Se divirtieron —retomo las palabras que ellas usaron conmigo—. No hice nada, quiero que quede claro. Te prometo que yo no...

—¿De verdad crees que eso me importa? —se desespera— ¡No! Por supuesto que me da igual. En este momento, me preocupa más saber qué fue lo que te hicieron.

—No pasó nada.

—¿Nada? —pregunta sarcástica— Déjame ver tu espalda Amelia.

Al abrir la bata, dejo que ésta caiga por mis hombros y me giro antes de que Fernanda vea algo más, para permitirle revisar mi espalda. Su silencio se hace presente y comienzo a sospechar que las marcas lucen peor de lo que me duele.

—¿Está muy mal? —me atrevo a cuestionar.

—¿No te has visto en un espejo? —niego de inmediato— ¿Por qué no te curaron? —su voz se quiebra al terminar la pregunta.

Ardiente tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora