No puedo respirar, mi pecho se eleva y desciende a una velocidad impresionante y yo no creo que mis pulmones logren tomar nada de oxígeno, porque por más que lo hago, el aire parece insuficiente aquí.
¿Por qué me pasa esto?
La mirada de Fernanda no se despega de mis labios y yo solo espero que el impulso le gane a su razón y me bese de una buena vez.
¿En qué estás pensando Amelia?
Esto está mal.
Muy mal.
No puedo.
No debo.
Humedezco mis labios incitándola a avanzar, pero lo único que consigo es que sus brazos se extiendan por cada lado mío y sus manos se aferren a las repisas, intentando desquitar, con ese agarre, toda la adrenalina que está sintiendo. Pobres repisas. Ojalá fuera mi cuerpo el que mereciera ese toque.
Veo que los músculos de sus brazos se marcan y sé que las repisas no resistirán tanto.
¿Por qué se limita?
¡Haz algo Fernanda!
Mi cerebro me grita que desista, que me aleje y salga de aquí, pero mi deseo me impide moverme. Quiero esto.
El ruido que provoca la gente en la plaza, llega hasta mis oídos y descubro que, desde hace unos segundos, todo se había bloqueado, como si solo existiéramos Fernanda y yo.
Al parecer, ella también está de vuelta a la realidad, pues retira sus manos y limpia los restos de sudor en su ropa, intentando actuar como si nada hubiera pasado.
¡Maldita sea!
—Es tarde —menciona cuando me da la espalda y puedo notar que su voz le falla, fracasando en su intento por permanecer lo menos afectada posible—; debemos cerrar.
¿Qué?
¿No hará nada?
No puede ser.
Me siento frustrada, como cuando estás a punto de terminar un castillo de arena en la playa y llega una ola a destruirlo.
¿Por qué no me beso?
No seas imbécil Amelia. No lo hizo porque somos familia.
Maldita familia y sus lazos sanguíneos.
—¿No se te olvida nada? —mi pregunta es tan estúpida que me arrepiento de hacerla cuando todavía estoy hablando.
—Nunca olvidamos nada.
Bien. Me respondió mal, pero es por la tontería que pregunté.
—Claro.
No vuelve a pronunciar palabra y comenzamos a avanzar, en silencio, hacia la casa.
Sus rizos caen por su rostro y por más intento que hace en retenerlos, son tan rebeldes que le provocan algunas muecas graciosas de las cuales, nunca me había dado cuenta. Siempre está rodeada de esa aura tan tranquila, como si nada en el mundo le afectara porque su belleza es tan imponente que todo queda en segundo plano. Es adorable.
¿Adorable?
Demonios.
Cuando me descubre viéndola, muerde sus labios como reflejo y no puedo evitar comenzar a imaginarme su sabor. Seguramente son suaves y dulces.
Deseo probarlos.
Sé que ella piensa lo mismo que yo; lo compruebo cuando humedece sus labios y aunque yo desvío la mirada, siento la suya sobre mí.
ESTÁS LEYENDO
Ardiente tentación
Mystery / Thriller¿Alguna vez has sentido que odias un lugar, pero, por más que quieres, no logras salir de ahí? Amelia regresa al pueblo que la vio nacer y, a pesar de todos los contras que esto implica, comienza a familiarizarse con el lugar; un sitio en el que tod...