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Hoy se cumple una semana de aquella advertencia en la que las Lagarde me pusieron un plazo para volver y me siento impotente al no tener una solución al respecto. Estoy convencida de que no deseo ir a la hacienda, sin embargo, aquí estoy, caminando hacia allá, en contra de mi voluntad y me perfilo como un pez que va a morder el anzuelo.

Maldita sea.

Cada paso que doy vuelve mis pies un poco más pesados y aunque intento alargar la agonía, ésta llega pronto, al encontrarme tocando la puerta que me adentrará a ese mundo del que intento salir huyendo.

—Sabía que vendrías. —Amira abre la puerta con una gran sonrisa y no oculta su emoción al verme. —Pasa. ¿Cómo estás?

—No creo que eso importe —respondo cortante, una vez dentro.

—Amelia, no somos tus enemigas; al contrario —me aclara molesta mientras camina por el patio hacia una nueva habitación que debe ser la sala de estar—. Deberías estar contenta de encontrarnos, al fin estamos juntas.

—No comprendo a qué te refieres exactamente, ¿ese era el equilibrio del que hablaban?

—No puedo decírtelo.

—¿Por qué no? —le reclamo— Creo que las he conocido lo suficiente para que ya no me guarden más secretos, ¿o es que Ámbar te lo prohíbe? —pregunto burlonamente.

—No nos prohibimos nada.

—Eso no es lo que parece —la provoco—. Yo creo que siempre vives obedeciendo sus órdenes.

—No digas estupideces —se defiende rápidamente y con una mirada me invita a tomar asiento.

—Entonces responde y demuéstrame lo contrario —menciono retadora.

Su rostro se torna serio y confirmo que me estoy arriesgando bastante al retarla de esta manera, pero si no es así, jamás tendré las respuestas que espero y, cuando está con Ámbar, quien controla todas las conversaciones es ella.

—Ámbar y yo, somos polos opuestos —menciona tras un instante en silencio—; mientras ella es total oscuridad, yo soy luz y tú eres esa penumbra que nos ayuda a estabilizar la fuerza y nos permite disimular dónde comienza una y dónde termina la otra.

—¿Te refieres a sus poderes? —me encuentro totalmente confundida.

—Eres el elemento que nos faltaba en la triada, Amelia.

—Ya que tú eres la luz —hablo un poco temerosa—, creo que a ti te puedo confiar que no estoy, para nada, de acuerdo con lo que sucedió la vez pasada.

—Debes saber y comprender, de una vez por todas, que con nosotras o es todo o es nada —su voz se vuelve sombría—. Desde un inicio te lo advertimos y tú tomaste tu decisión.

—No eres tan buena como dices —le recrimino y pone los ojos en blanco al escucharme.

—Nadie es, completamente, como dice ser.

Toma asiento a mi lado, buscando alguna posición cómoda, pero sospecho que, en el fondo, solo trama acercarse a mí.

—¿Dónde está Ámbar? —pregunto retomando su atención.

—¿Ya la extrañas? —se burla— Porque nosotras bien podríamos divertirnos sin ella —sugiere mientras se acerca seductoramente hacia mí.

—Espera. —Detengo el recorrido de su mano antes de que comience a tocarme y la alejo. —Prefiero regresar mañana —miento—, mejor me voy.

—Arruinas la diversión Amelia —resopla frustrada—; además, Ámbar ya no debe tardar, si es lo que tanto te preocupa.

Me pongo de pie mientras ella se recuesta en el sofá algo molesta y comienzo a caminar para salir de ahí.

Ardiente tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora