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La multitud entrando a la hacienda no afecta, para nada, la seguridad de las Lagarde pues, aunque se encuentran en una posición complicada y evidentemente expuestas, su temple las coloca totalmente a la defensiva.

Todo el mundo las observa a ellas, pero su atención también se ve atraída hacia Fernanda, quien yace sobre el suelo, indefensa y sufriendo con cada segundo que pasa.

—¿Qué fue lo que pasó aquí? —pregunta Caro al acercarse a Fernanda— Debemos hacer algo —se alarma al verla—. Está sangrando mucho.

Sin pensarlo, se hinca en el suelo y sostiene la cabeza de Fernanda sobre sus piernas.

—No hay duda de que fueron ellas —interviene Edgar señalando, especialmente a Ámbar, que todavía sostiene el cuchillo con el cual hirió a Fernanda—. Siempre supe que no eran de confiar.

Al escucharlo, aligera su agarré y el sonido del metal chocando contra el suelo resuena por toda la hacienda; entonces Ámbar reacciona intentando atraer a Amira para salir corriendo, pero las entradas se encuentran bloqueadas por la gente del pueblo y no son tan estúpidas como para exhibir sus poderes ante todos.

Sabiendo que las Lagarde no pueden salir de aquí, dejo de prestarles atención por un momento y me agacho para revisar el estado de Fernanda.

Mi corazón se estrella en mil pedazos cuando noto cómo su sangre ha hecho una gran mancha sobre su blusa e incluso ahora escapa también por sus labios.

—Fer...

No.

Fernanda no.

Ella no.

—Amelia... —intenta susurrar, pero una bocanada de sangre invade su boca, provocando una arcada que no logra contener.

—¡Alguien llame al médico! —grita Edgar con mucha desesperación.

—Tranquila Fer, no hables —le pido entre lágrimas—. Te prometo que todo estará bien, por favor, resiste —menciono a pesar de saber su postura ante cualquier promesa.

—¡Qué escena tan más conmovedora! —se burla Ámbar y Amira aplaude lentamente.

—No tiene salvación —concluye Amira—. Morirá en cuestión de minutos.

Una expresión de sorpresa hace eco entre las personas y rostros temerosos comienzan a hacerse presentes.

—Nosotros la cuidamos —ofrece Edgar acomodándose a mi lado—. Ve por ellas —menciona dirigiendo una mirada de odio hacia las Lagarde—, las cosas no se pueden quedar así.

—Amelia... —susurra Fernanda y su mano se aferra a la mía, impidiendo que me aleje— hazlo por nosotras y por Dolores —completa con dificultad.

—Shhh. —Acaricio sus cabellos que ya se encuentran bañados en sudor, pero bastante fríos. —Tendré cuidado.

—Amelia no... —su voz se ve interrumpida por la sangre agolpándose en su garganta y comienza a toser para expulsar la obstrucción— Nada es como lo dicen —termina por decir en un hilo de voz—. No...

—No escucho Fer —me disculpo acercándome a ella, inclinando un poco más mi cabeza hasta estar a escasos centímetros de su rostro.

Su perfume se mezcla con el olor ferroso de la sangre y se que éste será un aroma muy difícil de olvidar.

No quiero que las cosas terminen así.

—Yo n-no soy tu tía —menciona respirando con dificultad—. Amelia —susurra en medio de una lucha interna por no cerrar sus ojos—, yo también te quiero...

Ardiente tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora