10

1.8K 212 43
                                    

Aunque el calor haya disminuido con la ventilación de la casa, no he podido dormir bien y, es que, las palabras de Caro se repiten una y otra vez en mi mente.

¿Qué tiene que ver Fernanda en todo esto?

Veo que algunos rayos de sol comienzan a iluminar el cielo y sé que ya no podré dormir más porque amanecerá en breve. Me levanto silenciosamente para no despertar a Fer y voy hacia la cocina en busca de un poco de café que me ayude a revivir de esta letargia.

Solo basta el primer sorbo, y siento que mi vida cobra sentido y que, por fin, estoy despierta.

Estoy en el proceso de disfrutar del resto de mi maravillosa bebida, cuando escucho que unas llaves golpean la puerta de la entrada y, enseguida, ésta se abre con sumo cuidado.

Fernanda entra cual ladrón en su propia casa y cada uno de sus movimientos está premeditado para no hacer ni el más mínimo ruido, todo lo hace perfecto, nadie podría escucharla ni percibirla, excepto yo, que me encuentro totalmente despierta y de pie en la puerta de la cocina.

Cierra la puerta y coloca las llaves en la mesita cercana, haciendo un ligero baile por su triunfo, el cual se cae en picada, cuando gira y se topa con mi presencia.

—¡Carajo! —Brinca al verme.

—Buenos días a ti también —respondo seria.

—Amelia...

—¿Se puede saber dónde estabas? —analizo su aspecto y no parece haber dormido, tampoco es que se vea demacrada como yo, pero sí tiene algunas ojeras— ¿Por qué llegas ahorita?

—Salí a ejercitarme; es una mañana muy linda. —Pasa por mi lado sin dar más importancia al tema y se sirve una taza de café. —¿Te caíste de la cama?

—Las preguntas las hago yo —digo con firmeza—. No esperes que me crea tu mentira.

—Yo no miento Amelia. ¿Por qué estás despierta tan temprano?

—¿Dónde estabas? —insisto.

—Me voy a bañar. —Deja la taza sobre la mesa. —Después hablamos.

No me deja otra alternativa, más que quedarme sin explicación y con mil dudas. Al salir de bañarse ni siquiera me dirige la mirada cuando nos cruzamos en el pasillo.

¿Por qué me molesta tanto saber que no estaba en la casa?

No me entiendo.

No me hace falta buscarla antes de salir a Las Cazuelas, porque es obvio que ya no está y se adelantó sin mí. Al llegar, ella ya se encuentra ordenando un poco sus cacerolas y todo lo necesario, así que me dedico a limpiar. El día avanza incómodo y al parecer soy yo la que no embona aquí pues, ella me ignora y no sé si es por haberla enfrentado en la mañana o si es por saberse culpable, al quedar en descubierto.

Cuando veo a Edgar guardando todo lo necesario para sus entregas, me adelanto y tomo su bolso para poder hacerlas yo. Él se molesta al inicio, pero no deseo darle explicaciones ni, mucho menos, pedirle permiso a Fernanda. No espero que me respondan o se quejen y salgo a prisa, para realizarlas.

Como siempre, al llegar a la hacienda, comienzo a sentirme vigilada y, en esta ocasión, ansiosa por saber qué pasará hoy.

—Amelia —saluda Amira al abrir la gran puerta—. Ayer te estuvimos esperando.

—Tuve cosas que hacer.

—Pasa.

Se hace a un lado para permitirme la entrada y obedezco cual corderito entrando a la guarida del lobo feroz.

Ardiente tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora