17

1.5K 174 29
                                    




Fernanda no me ha respondido desde que salimos de Las Cazuelas, y no sé si intenta ignorar mi pregunta sobre las chicas desaparecidas o si está tan envuelta en sus pensamientos y recuerdos que evita hablar hasta ordenar sus ideas.

Al llegar a casa, la sala se vuelve su refugio, para ella, y las múltiples cervezas que comienzan a desfilar desde el refrigerador hasta sus labios, son la vitamina que le permite mantenerse con ese temple de siempre.

—Amelia.

Su voz me llama y sé que por fin se atreverá a decirme algo más que simples juegos de palabras.

—¿Sí?

—Siéntate, por favor —me pide.

—¿Qué ocurre?

—Tu pregunta me sorprendió —confiesa liberando la botella de su boca—. Me impresiona saber que piensas algo erróneo de mí, pero no te culpo. —Se encoje de hombros. —Es normal después de tantas cosas.

—Tal vez me ayudarías, si me dijeras la verdad.

Su boca se curva en un intento de sonrisa, pero sus ojos no irradian la felicidad de siempre.

—No tengo una verdad —se anima a decir—, pero sí algo que puede ayudarte a esclarecer algunas cosas.

—Te escucho.

Antes de comenzar, vacía su cerveza de un trago, buscando el valor que le falta en el fondo de aquella botella. No quiero pensar mal, pero si necesita del alcohol para confesarse, sospecho que las cosas no irán por buen camino.

—Dijiste que estás segura de que alguien más entra a esa hacienda —las palabras parecen atorarse en sus labios antes de salir de su boca—. No te equivocas, porque tienes razón.

Su confesión me sorprende. ¿Por fin me explicará su presencia en la hacienda? Con que lo acepte me basta.

—Yo frecuento la hacienda desde hace algunos años.

Las últimas tres palabras que menciona, hacen eco en mi cabeza. Eso quiere decir que sus escapadas por las noches, no son recientes.

Me han estado viendo la cara.

—¿En serio Fernanda? —me sobresalto un poco— No puedo creer que me estás diciendo esto. ¿Te atreviste a reclamarme cuando tú también estás con ellas?

—No Amelia —dice rápidamente—. No te confundas.

—¿Confundirme? —me río de sus palabras— ¿Pretendes que crea que sólo juegan a tomar el té?

No lo puedo creer. Y yo emocionándome por tener alguna oportunidad con ella. Llevo mis manos a mi cabeza, intentando buscar un alivio inmediato, pero mis dedos se hunden entre los mechones de mi cabello y lo único que consigo es la necesidad de apretar mi mano entre ellos.

—¿Me permites explicarte?

Tomo un momento para recuperar mi tranquilidad y responderle sin más reproches. Quejas que se van a la basura cuando noto sinceridad en sus ojos.

—Dime.

—Antes, entré a la hacienda un par de veces, pero no por los motivos que te imaginas —explica lenta y tranquilamente—. No te negaré que, en un inicio, Amira me pareció intrigante, pero jamás sucedió algo más allá de algunas pláticas.

—¿Amira?

—Así es. Ella siempre fue muy amable conmigo, hasta que, por culpa de Ámbar nos distanciamos. Sin contar que no pretendía tener nada que ver con ellas, no con ambas a la vez. Eso es algo que requiere más que una simple atracción.

Ardiente tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora