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La información continúa dando vueltas y vueltas en mi cabeza y, por más que intento organizar mis ideas, con cada conclusión que sospecho, mil dudas saltan a atacarme y me hundo en la confusión nuevamente.

Llevo algunos minutos caminando por el pueblo y no sé ni a dónde me dirijo, solo dejo que mis pies vaguen entre las calles y espero a que la tranquilidad llegue a mí.

—¿Amelia? —la voz de José hace que mi vista por fin se desvíe del suelo hacia el frente.

—Hola.

—¿Qué haces por aquí? Te imaginaba con Caro y Lucy.

—Ah...

—¿No te dijeron?

—Supongo que sí... —recuerdo su presencia en Las Cazuelas— o no.

A decir verdad, sí necesito hablar con Caro, pero si ellas están donde lo imagino, yo no sé cómo llegar a ese lugar y no pretendo perderme en el cerro.

—¿Sí o no? —pregunta José confundido.

—No te preocupes, yo me entiendo...

Lo ignoro y me alejo hacia la iglesia, recordando que la última vez que volvimos, veníamos por el camino lateral. Ahí, pierdo un poco el tiempo, hasta que sus voces me hacen percatarme de que, por fin, vienen de regreso.

—Amelia, ¿qué haces aquí? —pregunta Lucy.

—No sabía cómo llegar a donde nos vimos la otra vez. Decidí que era mejor esperarlas.

—Pensamos que no vendrías. Queríamos invitarte, pero no tuvimos suerte para encontrarte.

—Lo sé.

—Ya habrá otra oportunidad —responde Lucy desanimada—. Nos vemos luego.

—Aún puedo acompañarte a casa —menciono a Caro—. A menos que desees ir con José.

—No te preocupes Amelia, lo veo mucho tiempo y lo veré aun más cuando nos casemos —se ríe—. Sabrá sobrevivir sin mí. —Guiña un ojo de manera graciosa cuando lo menciona.

La sigo de cerca analizando lo último que dijo.

—¿Te vas a casar?

Su risa me contagia y comprendo que hablaba de algo muy a futuro.

—Algún día...

—¿Qué hicieron hoy?

—Lo de siempre, beber, platicar, relajarnos un poco. ¿Y tú?

—Misma rutina con Fernanda.

—Espero que lo que te he dicho de ella, no afecte su relación familiar.

Cada que me recuerdan que somos familia siento como si me lanzaran una bala y algo en mi interior, se hiciera añicos.

¿Por qué tiene que ser mi tía?

—No, para nada —respondo después de unos segundos—. Estoy segura que no tiene nada que ver. Seguramente solo son coincidencias.

—Si tú lo dices.

—Confío en ella.

—Respecto a lo que te mencioné de la prima de José —sus palabras atraen mi atención—. Olvidé decirte que en su ropa encontraron manchas de sangre. Sin embargo, ella nunca se veía herida o afectada.

—¿Sangre?

—Bastante extraño, ¿cierto? Yo sospecho que no era suya.

—¿Por qué lo dices? —cuestiono su idea— ¿Crees que ella dañó a alguien?

Ardiente tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora