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Corrí como nunca lo había hecho y Fernanda también lo hizo. Jamás pensé que pudiera correr tan rápido, ni reaccionar en cuestión de segundos ante una Caro preocupada y sin más palabras que decir.

La distancia a la casa de Dolores es demasiado corta, pero aún así, cada metro avanzado se asemeja a un kilómetro, cuando de llegar rápido se trata.

Lo primero que llama nuestra atención al entrar a la casa de Dolores, es ver que ella se encuentra en el suelo, con una almohada en su cabeza; es como si estuviera descansando tranquila, pero no.

Su cuerpo yace totalmente inerte.

Cualquiera apostaría que está dormida. Lamentablemente no es así.

Fernanda, al darse cuenta de la situación, se desploma a su lado y cae de rodillas tomando su mano y acariciando su rostro mientras las lágrimas no paran de salir. Los sollozos se hacen cada vez más audibles y su llanto desgarrador me conmueve a tal grado de sentir que mi corazón se estruja por verla tan mal.

Nunca imaginé verla así. Tan rota.

Sin dudarlo, me acerco a ella y pasó un brazo sobre sus hombros, demostrándole sin palabras que tiene mi apoyo y siempre lo tendrá, pero ni siquiera repara en mi presencia. Ella se encuentra totalmente inmersa en su dolor y llanto, mientras no deja de acariciar el rostro y los cabellos de Dolores, contemplándola con la mirada, como si intentara decirle algo más allá de esas lágrimas.

—¿Qué fue lo que pasó? —pregunto levantando mi vista hacia Caro, quien se mantiene a una distancia prudente y se recarga sobre la puerta.

Mi cabeza está hecha un lío, ¿quién iba a imaginar que Dolores moriría? Estaba tan bien.

—Nos encontrábamos en casa, cuando escuchamos un ruido fuerte —responde sorbiendo su nariz un poco—. Mamá me mandó para averiguar lo que sucedía, pero cuando llegué... —su voz se corta en un intento por reprimir sus lágrimas—, cuando logré abrir la puerta...

Caro no puede más y comienza a llorar nuevamente. El dolor en su rostro me hace saber que también apreciaba a Dolores. ¿Y quién no? Si en este pueblo todos se conocen.

—Lo siento mucho —digo al cabo de unos segundos intentando que recobre la fuerza y Caro comienza a secar sus lágrimas.

—Al llegar, Dolores estaba tirada en el piso y con los ojos abiertos, pero perdidos en algún punto fijo—explica esforzándose para que su voz no tiemble—. Mamá le tomó el pulso, pero no tenía y ya no respiraba. Aun así, fue a buscar al médico.

—Entiendo.

No.

En realidad, no puedo comprender cómo es que pasó esto. Dolores no era tan mayor, mucho menos se veía mal, ni enferma. Apenas ayer platicábamos y bromeábamos en Las Cazuelas y hoy ya no está, se ha ido.

—Buenas noches —la voz de un hombre detiene mis pensamientos y se aclara la garganta para que lo volteemos a ver. Lleva una especie de botiquín, típico de un médico y no le hace falta mayor presentación ante nosotros—. ¿Me permiten revisar a la señora? —pregunta indicándonos que le demos espacio para poder hacerlo— Por favor.

—¿Pará qué? —Fernanda, por fin, habla. Su voz es dura, llena de resentimiento, pero débil a causa del llanto. Deja ver en su mirada todo el dolor que está sintiendo— ¿Qué va a revisar? Si ya está...

Sus palabras quedan al aire y no porque no desee terminar su frase, sino porque el nudo que se ha formado en su garganta, le impide continuar hablando. Fernanda llora aún más fuerte al ser golpeada por la realidad y se desploma en mis brazos. Me duele verla así, tan frágil y débil. No sé qué debo hacer para aminorar su pena y solo la rodeo lo suficientemente fuerte para ayudarla a ponerse de pie y darle vía libre al médico.

Ardiente tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora