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Las 18.25. Lola estaba en la cocina fregando la loza del mediodía. Tuvo que comer sola. Le gustaría saber en ese momento qué estaría haciendo Cristina en casa de Lucas.

 Suena el teléfono fijo de la casa. Lola se seca las manos y va corriendo a cogerlo. Lo descuelga y responde. Al otro lado del teléfono, se escuchaba la voz grave de un hombre. A ella le resultaba familiar. Se asusta al escucharlo. Se escuchaba también gritos de otros hombres. Como si la persona con la que estaba hablando viniera de una comuna o algo parecido.

-¿Lola? ¿Eres tú?

-Sí, soy yo.- Dijo ella con una lágrima en el ojo.

Un silencio la inundó por dentro. Ya ni escuchaba los gritos de los hombres de atrás.

-¿Qué quieres?-Dijo ella.

-Quiero hablar con Cristina.

-Ella no está.

-Venga Lola, no me hagas esto. Por favor.

-Aunque estuviera, tampoco dejaría que hablaras con ella.

-¿Por qué?

-No tengo que darte explicaciones. No la hagas sufrir más. Deja que continúe con su vida. Ya le has hecho bastante. Y a mí también.

-Lola, por favor. Solo quiero hablar con ella.

Lola se sentó en el suelo de la cocina con el teléfono en la mano. No paraba de llorar. Hasta ahora, su pasado no había salido a la luz.

-Lola, al menos dime que ha llegado la carta.

Ella se puso el móvil en la oreja y se acordó de lo que paso el viernes pasado.

-Sí, si le ha llegado.

-Vale.

-Pero no te hagas ilusiones. La tiró a la basura sin haberla abierto si quiera.

Mentira. Cristina aún la llevaba en su bolso y ella lo sabía. Solo se lo dijo para que se llevara un sustito. Pero aquel hombre se merecía algo más que un susto.

-Lola, no me digas eso. Eso me mata por dentro.

Se escuchaba como el hombre lloraba al otro lado del teléfono.

-Lola, yo lo estoy pasando muy mal.

-¿Y cómo crees que lo he pasado yo? ¿Crees que he tenido una vida de ensueño? Eres un egoísta. Todos estos años solo has pensado en ti. He tenido que ocultarle muchas cosas a mi hija para que no supiera lo mierda de persona que eres. Pero tengo el presentimiento de que tarde o temprano, se pondrán todas las cartas sobre la mesa. Y el único que sufrirá en ese momento, serás tú.

-Lola, son cosas del pasado.

-Te voy a colgar, lo siento.

-No Lola, por favor.

Colgó. Se quedó sentada en el suelo llorando. Tantos recuerdos. Tanto tiempo. Cuesta creerlo. Como le gustaría que Cristina estuviera con ella en ese momento.

Mientras tanto, en la cárcel. Un hombre alto, moreno, de 44 años, lloraba desesperadamente mientras los demás presos le veían. Algunos sentían pena, otros sentía alegría. Depende de cómo fuera la gente que pasó por al lado de él. Está claro, asusta saber que lo que más quieres, lo puedes perder.

Juguemos a ser del mismo mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora