La escuela

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-¡Fran!- dije -quedamos que las noches.

-Pero no puedo esperar, además, eres mi esposa- dijo mientras me abrazaba por detrás y besaba mi cuello.

Ya había pasado tres semanas desde nuestra boda, Francisco consiguió trabajo en una carpintería donde le enseñaron a trabajar con madera y, ahora, es capaz de hacer muebles de cualquier tipo. Acerca de las relaciones que tenemos entre nosotros, estamos trabajando en controlar nuestros impulsos, más los de él.

-Deja de meter tu mano- hablaba con nerviosismo, sus manos intentaban meterse debajo de mi bata pero no lo dejaba, estaba roja.

-Quiero más...- trataba de tocarme pero no lo permitía, no porque no quisiera sino que, si se lo permitía, no iba a lograr hacer nada durante el día y la casa se iba a llenar de polvo y suciedad, ademas, estábamos en el patio.

-Francisco, esto es el colmo, ya nos acostamos en toda la casa, ¿ahora quieres tenerlo en el patio para que los vecinos nos vean?- Estábamos afuera, yo tendía ropa y él salió a ayudarme, aunque la verdad era que quería tocarme.

-¿Conque ese era el problema?- me cargó y me metió dentro de la casa, fue a la cama y me puso en ella -asunto arreglado- dijo, reí. Quería quitarme la bata pero no lo dejaba, necesitaba hacer la comida, limpiar la casa, tender la ropa y otros trabajos del hogar. Francisco no me dejaba hacer nada.

-¿No tienes que ir a trabajar? -estaba a las risas, él por fin me quitó la bata que traía, él se quitó la camisa.

-Es sábado, los sábados y domingos está cerrado- empezó a besarme mientras trataba de tocarme.

-Fran, tengo que trabajar, además, todas las noches lo hacemos, ¿no te basta?- Tocaron la puerta -voy a abrir- dije para volverme a poner la bata, me levanté pero me detuvo.

-No- me acostó en la cama, sus manos tomaban las mías y sus besos bajaron al cuello -deja que toquen, se irán algún día- contestó ante lo que dije. No le importó, ni a mí, disfruta de mi esposo. Seguían tocando la puerta, a tal momento que fastidió a Francisco -¡Allá voy!- gritó -más al rato seguimos, preciosa. Francisco se levantó de la cama y comenzó a vestirse -Savannah- me dijo -soy el hombre más afortunado al tenerte a mi lado, no sé como fue que te enamoraste de mí, pero te doy las gracias por ello- dijo de la nada. Me levanté y me puse un vestido.

-La que te debe decirte eso soy yo. Soy una vil campesina que se enamoró del Príncipe, no soy nada a comparación tuyo- lo besé -ve, hablan a la puerta.

Francisco salió de la casa y atendió a quien había llegado. Por mi parte, terminé de vestirme, me puse un vestido casual que Francisco me había comprado hace unos días. Salí para ver quién era.

-¿Entonces quieren que les enseñe a sus hijos a leer y a escribir?- preguntó Francisco.

-Sí, Antonio. Usted mencionó que pertenecía a la clase alta y que, per problemas económicos, ya no estaba en esa clase social. Supongo que en su niñez aprendió a leer y a escribir. Estuve hablando con las personas del vecindario y también queremos lo mismo, queremos que nuestros niños aprendan para que puedan trabajar mejor- respondió un señor que estaba en casi en sus cuarentas. Era de tez morena por el trabajo de campo, su cabello era un grisáceo oscuro y sus ropas estaban oscuras y sucias. Me miró -Buenos días, señora- dijo, está acción hizo que Francisco me viera y brindara una sonrisa cálida. Levanté la mano regresando el saludo, no hablé.

-Podría enseñarles, pero solo los fines de semana. Entre semana trabajo desde que amanece, descanso al medio día y regreso a trabajar hasta las 3 de la tarde, aproximadamente. En la noche vengo a mi casa cansado, no pienso en otra cosa que dormir- mentiroso, piensa en acostarse conmigo, es lo "único que lo ayuda a seguir cada día", según él. -Sí quería que fuera entre semana, disculpe, no podré- el señor se puso triste.

Diario de una CampesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora